No puede sorprender a nadie que el juez del Supremo Pablo Llarena haya ordenado a la Guardia Civil que investigue los mastermind del llamado "Comité Estratégico" por la independencia, que incluiría líderes soberanistas como Marta Rovira, Artur Mas, Marta Pascal, Anna Gabriel, Mireia Boya y Carles Viver Pi-Sunyer, una caza que podría acabar derivando en un sumario con un centenar de imputados. Durante mucho tiempo, si hacéis memoria, muchos indepes de aquellos que aceptaron el referéndum a disgusto y que nunca pensaron en aplicarlo acostumbraban a recitarte aquella cancioncilla según la cual la administración española nunca se atrevería a perseguir a todo un país y la mayoría de sus dirigentes: pues bien, con la imputación de los alcaldes y la busca y captura de los agentes de la hoja de ruta, que harán campaña y ejercerán como diputados con la amenaza perpetua de chirona, la administración española ha vuelto a dejar en ridículo las previsiones de los espíritus más naïfs.

Para mantenerse unida y si fuera necesario, España dispararía su poder judicial para imputar al Papa de Roma y las tres personas del altísimo que con tanta alegría representa. Rajoy disparó el 155 con mirada corta en vistas a las elecciones del 21-D, pero la coda de este estado de excepción puede llegar a durar lustros, y le da igual si el artículo está vigente o no: como ya escribí hace semanas, el play del 155 es relativamente fácil de apretar, pero el botón de pause no está al alcance ni del mismo presidente del gobierno. Llarena se tomará todo el tiempo del mundo para estudiar el documento estratégico Enfocats, la agenda de Sergi Jové y –si hace falta– el fondo de armario de la mayoría de nuestros líderes. Como ha quedado patente desde el 1-O, era mucho más digno fracasar en el intento de aplicar el referéndum que acatar la Constitución y tener que acabar pagando la pena de haber imaginado una independencia sin efectos.

El independentismo sólo se rearmará cuando haya una generación de políticos dispuesta a abandonar la comodidad de la lucha autonomista para hacer justicia a los sacrificios de los que la ciudadanía se ha mostrado capaz y digna

Gota a gota, semana a semana, la estrategia de la judicatura pasará por presionar el soberanismo con una precisión envidiable. De momento, el independentismo camina hacia el 21-D con sus dos candidatos principales bajo control y con toda la cúpula de la política en el punto de mira. Me sabe mal aguar la fiesta de los más entusiastas, pero por mucho que el independentismo gane estos comicios, los jueces continuarán con su particular matraca hasta que la tierra esté bien quemada y todo el mundo vaya a dormir bien cagadito de miedo. Si Puigdemont gana las elecciones y vuelve a Barcelona, el Estado no tendrá ningún tipo de compasión con el president electo. Si Junqueras sigue haciendo declaraciones creativas donde no acaba de acatar los efectos del 155, ya puede prepararse para una estancia más que larga en la prisión. Y si los futuros diputados se pasan de la raya, ya saben dónde pueden acabar haciendo noche.

Cada vez resulta más claro que los próximos años de la política catalana se centrarán en un Estado de pre-autonomía en que el independentismo luchará por asegurar las ganancias que comportó el pujolismo. Que en plena campaña electoral hayan ocurrido los hechos de Sixena, y que todo el país viva pendiente de una cuarentena de obras de arte que hasta ahora no interesaban ni a dios, es la muestra perfecta de las micro-batallas de agravio que nos esperan y que muy pronto dispersarán el independentismo de su objetivo primordial: hacer efectivos los resultados del 1-O. Escribir lo que os escribo no me hace más tremendista ni tiene que provocar que el entusiasmo os caiga a los pies: es la simple constatación de cómo funciona el sistema y de cómo acaba destruyendo siempre los corazones de los espíritus más ingenuos.

Por la misma razón, pensaba y pienso que el independentismo sólo se rearmará cuando haya una generación de políticos dispuesta a abandonar la comodidad de la lucha autonomista para hacer justicia a los sacrificios de los que la ciudadanía se ha mostrado capaz y digna. Algún día la veremos, en eso soy claramente optimista. Pero de momento, nos esperan imputaciones a la carta, sustracción de arte con nocturnidad (entre otras polémicas de tres al cuarto) y una tribu encantada de practicar su deporte predilecto: la indignación. Enfadaos primero con lo que digo, pero después proceded a digerirlo. Es lo que hay. Primero, la caza. Después, la ira. Más allá, el aburrimiento.