Estos días, la rabina Myriam Akerman Somerman ha deseado "Feliz Navidad" a sus vecinos, a la cajera del supermercado y a sus compañeros de trabajo. Como líder judía, en la laica Francia, no siente que este deseo traicione nada ni a nadie. Lo ha explicado en el diario La Croix (generalista, aunque de accionariado católico, un modelo que curiosamente no tenemos en la España formalmente no confesional).
Akerman no cree que desear "Feliz Navidad" sin ser creyente sea un acto "demasiado religioso" u "ofensivo" para los laicos o los fieles de otras religiones que podrían sentirse "excluidos del ambiente de alegría colectiva". Se puede no celebrar la Navidad, como hace tanta gente, y aun así desearla a los demás. Se hace por civilidad, por reconocimiento de las raíces y porque para gran parte de la población es una fecha importante.
La Navidad se ha secularizado, pero sigue siendo un referente. Desearla no es una adhesión de fe ni implica compartir su contenido teológico. Es, en esencia, un acto cultural. Solo faltaría que cada vez que un cristiano deseara "Feliz Rosh Hashaná" a un judío se convirtiera de repente al judaísmo o traicionara su propia cultura.
No tiene sentido esta alergia o aversión hacia todo lo que sea cristiano y que se pretende desterrar. Me llegan noticias de situaciones de "cancelación navideña" en entornos educativos, donde se produce una purga de elementos cristianos en los cuentos, la decoración o el vocabulario.
No reconocer que el cristianismo nos ha configurado como cultura es un gesto miope y ridículo. Convierte nuestra herencia en una carga que debemos quitarnos, en lugar de reconocerla, lo cual no implica celebrarla con fervor devocional. Se puede colocar un belén en una plaza, iluminar una calle, precisamente porque se conmemora una escena, la navideña, que ha moldeado nuestra cultura. Se puede hacer sin ser creyente, simplemente siendo un ciudadano con conciencia cultural. Que una rabina judía lo tenga tan claro, en la laica Francia, nos interpela. No observo el mismo grado de aceptación de la realidad en muchas de nuestras acciones, en las que se percibe como una agresión colocar un belén o recibir una felicitación.
La Navidad es nuestra, marca nuestro calendario, organiza nuestros días festivos, ilumina nuestras calles, condiciona la programación televisiva, nos reúne familiarmente y nos ofrece una tregua
La Navidad es nuestra, marca nuestro calendario, organiza nuestros días festivos, ilumina nuestras calles, condiciona la programación televisiva, nos reúne familiarmente y nos ofrece una tregua. Queremos conservarla sin imponer a nadie que crea, pero sí que la respete.
La propia rabina constata: "No es difícil reconocer que nuestra cultura tiene una tradición cristiana, histórica, cultural y simbólica. Y este hecho no constituye ni una reivindicación identitaria excluyente, ni una amenaza, ni una imposición". Porque reconocer la tradición no impide el laicismo, ni el pluralismo, ni la libertad de conciencia. El problema no proviene de la visibilidad de símbolos de un campo referencial cristiano, como es el caso del belén. El problema surge de la voluntad de erigir esta visibilidad como una exigencia de normatividad o de adhesión individual obligatoria a la iconografía. Y añade la clarividente rabina: "La presencia de un belén en un espacio público no es una agresión. Es el recuerdo de un sustrato cultural históricamente arraigado, de referencias compartidas que, sin obligación de adhesión, forman parte de nuestro marco común".
Y las minorías, cuando encienden sus propios símbolos —los judíos encendiendo los candelabros de Janucá en la ventana como un acto de resiliencia cultural—, no están provocando, sino que afirman serenamente: estamos aquí, entre vosotros. El hecho minoritario es una bendición para las democracias. Las minorías no cristianas son conscientes de que están arraigadas en una cultura que bebe del cristianismo.
La clave está en mantener la tensión y la vigilancia para que las normas mayoritarias no se desborden en imposiciones, pero sin caer en el extremo de tildar cualquier expresión cultural de liberticida. La mejor felicitación navideña en un marco de referencia laico, sea francés, español o catalán, la proporciona la rabina: asumir las propias tradiciones y reconocer las del otro "no son opciones excluyentes, sino los dos pilares de la civilidad democrática".
Y termina con un deseo: Ojalá que, más allá de nuestras diferentes culturas o creencias, sean nuestras propias luces las que sean capaces de amortiguar y disipar la llama de la confrontación y la falta de respeto.