En Israel hay manifestaciones masivas prácticamente cada día contra el gobierno de Benjamin Netanyahu. Y son de una dureza inusual, desde el bloqueo del aeropuerto Ben Gurion este viernes hasta el escrache contra la mujer del primer ministro cuando estaba en la peluquería, protagonizado por una multitud encendida. ¿Qué sucede en Israel?

La respuesta no es sencilla y no se puede sacar el quid de la cuestión aplicando patrones catalanes, españoles o europeos. Si aquí tenemos 2 baremos para analizar la política (eje nacional y eje social), en Israel tienen 5. Empecemos pues por un detalle significativo que a menudo no se tiene en cuenta. En las últimas elecciones israelíes, el pasado mes de noviembre, la izquierda se hundió, literalmente. Meretz, que sería el equivalente de los comunes o, más bien, de la antigua Iniciativa, y tenía 6 parlamentarios, quedó extraparlamentaria. Y Avodá, el histórico partido laborista de Ben Gurion i Golda Meir, pasó de 7 a 4 escaños y quedó residual. Solo se mantuvo en la izquierda el partido árabe-israelí Hadash- Taal, de signo comunista, que mantuvo a sus discretos 5 diputados. Por comparar, el Likud de Netanyahu consiguió 32 escaños, de una Knesset con 120 parlamentarios.

Eso se complica porque desde la anterior legislatura, en la que gobernó la actual oposición, la política israelí se polarizó entre partidarios y contrarios a Netanyahu de una forma radical, hasta el punto de que no son posibles los pactos entre los dos bloques. Eso significa que, como el de Netanyahu es el bloque mayoritario, o pacta con la extrema derecha o se tienen que volver a convocar elecciones. El primer ministro israelí optó por la primera opción, con la intención de no ser condicionado a medio plazo por los sionistas religiosos y ultraortodoxos. Está para ver si lo conseguirá, y si logrará a largo plazo algún acercamiento con los partidos de centro del otro bloque. Piensa en Kahol Lavan del exprimer ministro Benny Ganz, que tiene 12 escaños, pero por ahora son cuentos de la lechera.

 

El conflicto de la Corte Suprema: un modelo británico en crisis

 

El frontismo en que ha caído la política israelí impacta sobre el Tribunal Supremo, sobre el que llueven críticas generalizadas desde el actual gobierno y desde una parte de la oposición, y no solo porque Netanyahu está imputado por pactar cobertura con un diario, unos regalos y unos favores a una compañía de telefonía. El Tribunal Supremo israelí está basado en el modelo judicial británico en muchos aspectos, y según los críticos ha sufrido algunas disfunciones durante los últimos 30 años, especialmente una progresiva politización. Interpretan que, a diferencia de los otros países occidentales, la Corte israelí considera que cualquier cuestión política es judicialitzable. Una segunda crítica es que 12 de los 15 jueces son "universalistas", es decir de izquierdas, con un modelo de elección en el que el poder político queda en posición muy secundaria, y por lo tanto sin responder a ninguna mayoría democrática. Los partidos religiosos son muy militantes en este aspecto. Los antinetanyahu afirman en sentido contrario que el Gobierno busca el control político de la Corte Suprema al estilo de Polonia o Hungría, aunque no todo este frente está de acuerdo con ello, porque Benny Ganz estaría a favor de una reforma. Lo que es seguro es que las concentraciones contra la reforma del Poder Judicial movilizan como nunca se había visto lo que queda de la izquierda y los contrarios más encarnizados a Netanyahu, incluido parte del poder económico.

Algunos analistas afirman que Netanyahu está jugando duro y está utilizando la táctica del resistir es vencer, con el objetivo de intentar partir el frente contrario, cuando caiga en algún error. Estuvo a punto de suceder con el escrache a su mujer en la peluquería. Eso hace prever que la política israelí será sometida a una fuerte presión en los próximos meses. Este viernes el primer ministro ha tenido que ir al aeropuerto en helicóptero, para viajar a Roma, porque las vías estaban bloqueadas. Y ya ves que todo eso está sobre la mesa sin ni entrar en el conflicto árabe-israelí, aunque se ve su sombra.