Parece mentira. Las portadas de El País, El Mundo, El Periódico y El Punt Avui vienen a verte hoy para que sepas que China es una maravilla, un prodigio y un ejemplo en la lucha contra la pandemia. La ocasión de esta operación de relaciones públicas en que los diarios colaboran es que hoy se cumple un año de que las autoridades chinas encerraron a cal y canto a los ciudadanos de Wuhan para contener el virus originado en aquella capital, el mismo virus que ahora cabalga su tercera oleada por el mundo tras matar, oficialmente, a más de 2,1 millones de personas y contagiar a otras 98,2 millones. Pura propaganda, de la que ninguna portada avisa, como tampoco dan el contexto ni las consecuencias.

Esas notas de portada no te explican, sin embargo, que la propagación de la enfermedad se podía haber controlado si las mismas autoridades que ahora se vanaglorian de su eficacia no se hubieran empeñado en reprimir a Li Wenliang y otros siete médicos que les advertían de la pandemia. Los acusaron de traidores, mentirosos y agitadores. El mismo Wenliang murió en febrero del año pasado... de covid-19, transmitida por uno de sus pacientes que ignoraba tenerla.

Las portadas tampoco te explican que durante las primeras semanas desde la detección del coronavirus, las autoridades chinas no aceptaban que la enfermedad se contagiaba entre humanos, ni dicen que algunas lo sabían y tardaron días a tomar medidas para contenerlo por miedo que les acusaran como Wenliang o para no perjudicar al régimen y los tiranos que lo gobiernan. Seguramente, hoy, esas mismas autoridades estarán encantadas de leer unas portadas tan encomiásticas.

A estas alturas de la vida quizás nadie se extrañe de que El Mundo destaque el testimonio de unos residentes de Wuhan que ponen a China como modelo y critican la incompetencia "del resto del mundo". Todo propaganda gratis del régimen totalitario chino, la de El Mundo y la de los otros diarios. La efeméride quizás merecía portada —pero no de una manera tan negligente, tan frívola.

El 18 de marzo de 2020, dos meses después de que el virus comenzara a viajar desde China al mundo, la canciller alemana, Angela Merkel, explicó a su país cuál era la cruda situación y qué convenia hacer. "Sé que las restricciones golpean duramente nuestra vida y nuestra idea de democracia [...]. Para alguien como yo, para quien viajar y moverse son derechos por los que tuvo que luchar mucho [Merkel nació en la Alemania comunista], estas restricciones sólo se justifican por absoluta necesidad. En una democracia, nunca tendrían que dictarse a la ligera y sólo deben aplicarse temporalmente. Pero ahora son imprescindibles para salvar vidas". Y más adelante, remachó: "Somos una democracia. No vivimos de imposiciones, sino de conocimientos compartidos y participación". La primera vacuna contra la covid-19 se inventó, mira por dónde, en Alemania. Quizás porque viven de esa manera, sin imposiciones, compartiendo el conocimiento y con participación. Quede dicho aquí, porque algunos diarios, hoy, parece que lo han olvidado.

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