El asunto en que coinciden las portadas de hoy son las revueltas en numerosas ciudades de los Estados Unidos a raíz de la muerte a manos de la policía de George Floyd, un hombre afroamericano detenido por pagar con un billete falso de 20 dólares. Dos autopsias independientes atribuyen la muerte a la acción policial —se trataría de un homicidio. Veinte dólares falsos y una semana después, al menos 39 ciudades y condados de 21 estados han impuesto el toque de queda y las patrullas de la Guardia Nacional, una especie de ejército en la reserva.

Buena parte de los cuerpos y fuerzas de seguridad desplegados por el país van como perros salvajes por la calle, atacando a la gente a diestro y siniestro. El Press Freedom Tracker cuenta más de un centenar de ataques a periodistas que cubrían las protestas, tantos como en los últimos tres años. Ya has visto también los incendios y destrozos causados por las protestas más violentas. Los disturbios han llegado a la misma Casa Blanca, y el presidente Donald Trump se encerró unas cuantas horas en el búnker subterráneo dispuesto para ataques terroristas, cosa que no le ha impedido tuitar como un milhombres todo tipo de amenazas, insultos, provocaciones y conspiranoias.

Los comentarios belicosos de Trump en Twitter solo esconden su respuesta tibia y vacilante al conflicto. The Washington Post explica que el presidente no se decide a dirigirse al país porque "aun no tiene nada que decir ni tampoco ninguna política ni decisión clara que anunciar". Todo eso casa mal con los tuits agresivos y los insultos a los gobernadores, que son los responsables de la seguridad en la calle. Trump solo calla y se esconde en el bunker. El domingo por la noche incluso hizo apagar la iluminación exterior de la Casa Blanca, como si tratara de esconderse del caos.

Cuando tomó posesión, en enero de 2017, Trump describió el país en tonos muy negros y habló de "la matanza americana" (American carnage). Lo recuerda hoy Jennifer Senior, una columnista de The New York Times. Senior empareja ese discurso con otro de hace tres veranos ante agentes y oficiales de policía. Trump les aconsejó: no hace falta que acompañéis con la mano la cabeza de los detenidos cuando los metéis dentro del coche. Es una escena que todos hemos visto en mil películas y telediarios. The Washington Post informó de aquello con este titular: "Trump dice a la policía que no se preocupe si hiere a los sospechosos al detenerlos". Los policías asistentes se rieron.

No es difícil unir estos puntos —hay muchos más— y ver dibujado el cadáver de George Floyd. Una cosa lleva a otra cosa y a otra... Pasa en los Estados Unidos y también en cualquier otro país —no hay que irse tan lejos— donde los poderes públicos envían esos mensajes, explícita o implícitamente, por acción o por omisión, a los cuerpos y fuerzas de seguridad.

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