Tal día como hoy del año 1892, hace 131 años, se inauguraba el mercado de la Abaceria de Gràcia, que sería la primera instalación cubierta de estas características en la antigua villa. Cuando se produjo este hecho, la Vila de Gràcia no tan solo era un municipio independiente; sino que, también, era el segundo núcleo demográfico e industrial de Catalunya. El año 1892, Barcelona ya había superado los 500.000 habitantes; Gràcia tenía 50.000; Reus y Tortosa censaban 30.000 vecinos; y las capitales provinciales catalanas —Girona, Lleida y Tarragona— justo superaban los 20.000 residentes.

Aquel mercado fue situado sobre un solar delimitado por las actuales calles de Puigmartí, Desemparats, de Torrijos y la Travessera de Gràcia, que, desde 1887, ya se utilizaba, parcialmente, como un mercado al aire libre. Inicialmente fue denominado mercado de Santa Isabel, pero, popularmente, fue conocido como el mercado de la Revolució. El nuevo mercado fue promovido por el propietario del solar, el industrial Jaume Puig Martí, con los planos del arquitecto Josep Torres; sobre la finca que, con anterioridad, había ocupado su antigua fábrica El Vapor Nou dedicada a la producción de ropa de algodón.

Inicialmente, los paradistas pagaban un alquiler al propietario, pero durante la década de 1920 pasó a titularidad municipal. Gràcia ya había sido absorbida por Barcelona, y a partir de aquel momento, los paradistas liquidarían el alquiler en el Ayuntamiento. También, a partir del momento en que pasó a titularidad municipal, el Ayuntamiento de Barcelona obligó a todos los vendedores ambulantes que se desplegaban en torno al edificio o en la plaza de la Revolució a desplazar su actividad en el interior del mercado. Fue entonces cuando se le impuso el nombre actual de mercado de la Abaceria.

Este mercado, actualmente en desuso mientras se proyecta su renovación integral, estaba formado por tres naves (la central, de grandes proporciones, y las dos laterales, más bajas) y estaba construido con una estructura metálica y un cierre de obra. No obstante, los elementos arquitectónicos más característicos (y que ha desaparecido con la reforma) eran los tejados ligeramente curvados, como si fueran tejas gigantescas colocadas a modo de techos. Siempre estuvo muy concurrido, pero adquirió una gran notoriedad fuera de la ciudad a través de la novela La plaça del Diamant de Mercè Rodoreda.