Tal día como hoy del año 1413, hace 604 años, se iniciaba en Tortosa (Baix Ebre) la Disputa, un debate religioso que había reunido a los teólogos más relevantes del cristianismo y del judaísmo en los países de la Corona de Aragón. El impulsor de esta Disputa fue el judío converso aragonés Jeroni de Santa Fe, médico personal del también aragonés Pedro Martínez de Luna -Benedicto XIII, el pontífice depuesto y exiliado a Peníscola (País Valencià). Jeroni de Santa Fe, originariamente Yeosu'a Lorquí, había sido bautizado un año antes por Vicent Ferrer. Tanto Luna como Ferrer habían jugado un papel decisivo en la entronización de la dinastía castellana de los Trastámara en la corona catalano-aragonesa.

En 1413 las comunidades judaicas de la Corona de Aragón estaban inmersas en una profunda decadencia iniciada con los pogromos de 1348 y de 1391, coincidentes con las grandes crisis que habían golpeado a las clases populares de toda Europa. Los calls -los barrios judíos- catalanes habían sido saqueados y destruidos. El goteo de conversiones había sido constante y los megadef -los judíos bautizados- ya superaban en número a los resistentes. Sólo quedaba fiel a la fe mosaica el núcleo duro del judaísmo, articulado por los rabinos. El judaísmo tenía un fuerte componente identitario -al margen de la cuestión religiosa- que la Disputa pretendía desarmar ideológicamente y derrotar definitivamente.

La disputa de San Esteban con los judíos

Jeroni de Santa Fe formaba parte de la facción más radical; partidaria de los bautizos masivos. La presencia de conversos en este núcleo duro -conocidos como hebreomastix- era habitual. Eran elementos con un elevado nivel intelectual y formativo que ambicionaban los beneficios que les brindaba la conversión y el proselitismo de la nueva fe. Utilizaban sus conocimientos para destruir el vínculo entre rabinos y feligreses. Pero también había un propósito políticamente más elevado: lanzar un mensaje claro. Los siglos de protección que les había brindado la dinastía catalana de los Berenguer se habían acabado. Los Trastámara castellanos tenían otra idea de la cohesión social, a las antípodas de la tradición pactista de los condes-reyes catalano-aragoneses.