El desencuentro entre el PSOE y Junts sobre los decretos ley que quiere convalidar el Gobierno en el Congreso de los Diputados este miércoles está suponiendo un auténtico test de estrés para ambos partidos. El primero, porque no se apea de utilizar esta vía parlamentaria, aunque sea a costa de aprobarlos con el PP. Y se niega a reconvertirlos en proyectos de ley que sigan un trámite parlamentario ordinario y todos los grupos puedan presentar enmiendas para su votación. En el caso de Junts, la oposición a dar el voto favorable surge a partir de que uno de los decretos modifica la ley de enjuiciamiento civil, de tal manera que permite a la justicia española dejar en stand-by la amnistía hasta que el Tribunal de Justicia de la Unión Europea se pronuncie si se le elevan unas cuestiones prejudiciales.

Aunque parece un tema técnico, es sobre todo político y de confianza entre ambas formaciones. Político es evidente, ya que se podría llegar al extremo de que hubiera ley de amnistía, pero que los amnistiados quedaran al albur de un calendario largo y, quién sabe, si incierto. Pero, sobre todo, hay una base de discusión en la que entran otros factores como el recelo, la suspicacia y la desconfianza. Ahí es donde se encuentra el verdadero obstáculo en el arranque de la legislatura: si no hay una presunción de crédito otorgado por ambas partes, las desavenencias tienen casi una solución imposible. Junts se considera engañada porque nadie le habló de que la amnistía tuviera que viajar hasta Bruselas. Los socialistas replican que es una exigencia europea, que es irreversible, y que ellos poco pueden hacer, ya que, por en medio, están en juego importantes ayudas comunitarias. El resumen sería que Sánchez cumpliría lo pactado y habría ley de amnistía, pero, por otra vía, todo quedaría ad calendas graecas que no vendrían de la propia ley, pero el efecto sería el mismo.

La legislatura ha arrancado de la peor manera posible; una derrota de Sánchez equivaldría a hacer evidente su respiración asistida a las primeras de cambio

El acercamiento es, por tanto, imposible, ya que uno de los dos tiene que aparecer ante la opinión pública como que se ha comido un sapo en la recta final. Algo que es de digestión más que imposible cuando tienes todas las cámaras y el resto de partidos observándote. En el fondo, subyace un tercer factor que tiene su importancia, ya que en los detalles también está el problema. Mientras que con Santos Cerdán, el interlocutor del PSOE, las cosas parecen no ir mal; con el ministro de Presidencia y de Justicia, Félix Bolaños, sucede lo contrario y hay algún problema que se arrastra aún del verano. En este contexto de votos que se le escapan, en estos momentos, al PSOE, también están los de los cinco parlamentarios de Podemos, igualmente imprescindibles para que la aritmética de Pedro Sánchez acabe cuadrando.

Todo el mundo sabía que esta iba a ser una legislatura difícil, pero lo cierto es que ha arrancado de la peor manera posible. Una derrota de Sánchez equivaldría a hacer evidente su respiración asistida a las primeras de cambio. Es por ello también que el Partido Popular se resiste a escuchar los cantos de sirena de la Moncloa. Le gusta, obviamente, que la amnistía sea mucho más difícil y descanse en las prejudiciales europeas. Pero le puede más que el PSOE sufra un revolcón parlamentario y se acabe confirmando que este es un gobierno frágil, incapaz de sacar adelante cualquier iniciativa parlamentaria. A eso hay que añadir que Alberto Núñez Feijóo tiene la autonomía que le deja la derecha extrema en la capital y cualquier apoyo a los socialistas le podría costar la cabeza al frente del PP. Porque si el president Carles Puigdemont es un enemigo indiscutido del estado español, Pedro Sánchez corre un camino similar para todo el deep state que se maneja detrás de las cortinas de lo que se ve a primera vista.