No deja de ser llamativa y también positiva la reflexión que hizo este martes en el Congreso de los Diputados el presidente del grupo parlamentario de Ciudadanos, Albert Rivera. Dijo el líder de la formación naranja que los debates que se producen en el Parlament de Catalunya se celebran en un clima de educación que nada tiene que ver con el comportamiento de los bancos del Partido Popular cuando se dirige a los diputados desde el estrado de oradores. La reflexión de Rivera tiene su importancia, más allá de las cornadas que ya se intuyen en su expediente tras las refriegas que ha tenido con los populares estos meses: ¿No era el Parlament un foco de intolerancia hacia los que no pensaban como ellos y estaban fuera de la mayoría independentista? Es evidente que ni lo era ni lo es y es bueno que así se reconozca aunque sea desde Madrid.

Lo que le ha sucedido a Rivera en la política española no es muy diferente de lo que les ha pasado a otras formaciones que han querido jugar un papel de bisagra en momentos en que no ha habido mayorías absolutas. Su decantamiento por Pedro Sánchez y el PSOE, con el que llegó a firmar un acuerdo para la gobernabilidad, le granjeó una enemistad -¿irreversible?- con el Partido Popular, su líder Mariano Rajoy y sus terminales mediáticas. Con la paradoja que, en muchos casos, Rivera y Ciudadanos han crecido políticamente hablando en medios de la derecha española. Rivera ha ido en esta batalla de la mano del establishment pero ello no le ha evitado ataques furibundos y de ahí ese toque entre nostálgico y realista de los modales de la política catalana en contraposición a la política española y el grado de cainismo que puede llegar a alcanzar.

Después de tantos años de escuchar en tribunas diferentes que en estos últimos años el clima de fractura de la sociedad catalana era irrespirable, a lo que uno iba diciendo que eso era falso, da tranquilidad comprobar que la solución estaba a tan sólo 600 kilómetros de Barcelona. Al final, el que tenía que viajar a Madrid era Rivera. Paradojas de la política. Y, también, lección de realismo.