Un juzgado de lo contencioso-administrativo de Madrid ha puesto punto y final al dislate de una delegada del Gobierno en la Comunidad impropia del cargo que ocupa, al silencio oficial de un Ejecutivo en funciones y a un par de ministros hooligans -Margallo y Catalá- que habían salido a hacerle la ola. ¡Ojo! También a algún socialista trasnochado que había aplaudido con entusiasmo la prohibición a la afición del Barça de acceder al estadio Vicente Calderón con la estelada. Todo ello en contraste con las ausencias anunciadas en el partido del president de la Generalitat, la alcaldesa de Barcelona e incluso de la alcaldesa de Madrid, casualmente exjueza de profesión. ¡Chapeau por Carmena!

Pero también ha puesto punto y final a un intento flagrante de vulneración de derechos fundamentales y, quién sabe, si ha estado a punto de provocar algún incidente con una medida casposa y a todas luces inconstitucional. Los que ocupan cargos de tanta responsabilidad como Concepción Dancausa han de ser especialmente pulcros en sus decisiones y dejar al margen su ideología o sus simpatías, en este caso muy incrustadas en su ya conocida biografía en la derecha extrema.

El revolcón de la Justicia, la altivez y la prepotencia con que se ha pronunciado Dancausa en estas horas cada vez que ha podido y el desprecio con que ha tratado derechos fundamentales de millones de catalanes sería motivo más que suficiente para dimitir. O para ser cesada. Pero mucho me temo que no sucederá ni lo primero ni lo segundo.

Y no tema, delegada, los aficionados del F.C. Barcelona que viajen a a Madrid para la final de la Copa del Rey tendrán, como siempre a lo largo de la historia, un comportamiento ejemplar. Pese a su inaceptable provocación.