Los catalanes cada vez están más cerca de conseguir lo que hace un tiempo parecía un sueño utópico. Con esta contundente frase acaba el influyente diario norteamericano Politicoque cuenta con una edición europea con sede en Bruselas, un amplio reportaje sobre Catalunya y con el que abría su edición digital de este miércoles sobre las aspiraciones catalanas, el referéndum de autodeterminación y la Operación Diálogo. Este miércoles también, el ex primer ministro escocés Alex Salmond expresaba la preocupación del Parlamento británico y, según él, de muchos países europeos, por la deriva del caso Forcadell y su situación judicial de investigada (antes imputada) por permitir un debate en el Parlament sobre las resoluciones de la comissió del Procés Constituent.

Me han llamado la atención estos dos importantes pronunciamientos y, sin duda tan diferentes, por dos motivos que tienen que ver con la política pequeña y mezquina de la que a veces quiere hacernos partícipes un sector de la CUP -Anna GabrielBenet Salellas y Mireia Vehí, fundamentalmente, y sus seguidores- que trata a toda costa de hacer descarrilar el procés. Como si en sí mismo el envite no tuviera dificultades gigantescas, este grupo sobrevive básicamente de pelearse con la mayoría parlamentaria de Junts pel Sí. Estos días hemos vivido un episodio y la semana que viene, probablemente, viviremos otro. Estas pequeñeces, de índole doméstica, convenientemente alimentadas desde instancias político/judiciales no llaman la atención de los observadores internacionales pero introducen innecesariamente elementos de desgaste y de irritación entre amplios sectores de la ciudadanía. Entre estas clases medias que quieren sobre todo que las cosas se hagan bien y que el timón no caiga en manos de los extremismos.

"En busca de la utopía", titula su artículo el periodista que escribe desde Berga y que es también corresponsal en España de la BBC y del Irish Times. El procés catalán, el independentismo y el referéndum han conseguido situarse, como si se tratara de un combate de boxeo, en el centro del cuadrilátero. A su alrededor, el Estado va dando golpes que, en la práctica, acaban siendo al aire porque muchas veces no llegan ni a tocar al boxeador. Es una posición que obliga a estar atento pero mejor que la de su adversario. ¿Qué puede suceder para que esta situación cambie? Que se equivoque o que entre todos los que supuestamente quieren ayudar acaben haciéndolo en dirección contraria. Y todo se vaya rodando escaleras abajo.