Mientras Alberto Núñez Feijóo prosigue con su siesta casi permanente que le hace tener un papel desdibujado en la política española y, como todos los gallegos que antes han ocupado el poder, espera y espera a que las oportunidades le vengan dadas, Pedro Sánchez ha empezado a planificar el curso político que para él tendrá dos asignaturas importantes: la aprobación de los presupuestos generales del Estado y el 41 congreso del PSOE, que previsiblemente se celebrará a finales de año. Con estas dos carpetas como objetivo principal, Sánchez ha empezado a mover sus piezas. La estancia de Salvador Illa en Lanzarote tiene mucho que ver con la reanudación del curso político, ya que la política catalana va a condicionarlo todo, porque sin los siete diputados de Junts per Catalunya los números no dan.
El primer movimiento ha quedado en manos de la vicepresidenta del Gobierno, María Jesús Montero. Ha sido ella la encargada de rebajar las expectativas generadas por Esquerra Republicana respecto a su acuerdo de financiación con el PSC. Montero ha estado taxativa: "Ni es un concierto económico, ni es una reforma del modelo de financiación". Sus palabras han sonado en la cúpula de los republicanos como una puñalada, al aparecer desnudos ante la opinión pública catalana, ya que, para ganar la consulta interna, vendieron lo que no era. Sánchez, sin embargo, no ha defraudado al personal: la carpeta Illa ya forma parte del pasado y ahora toca ir a por los presupuestos y rebajar el malestar existente entre muchos barones territoriales.
El principal obstáculo para Sánchez es que, con los congresos de Junts (del 25 al 27 de octubre) y de Esquerra (30 de noviembre, aunque un tercio de miembros del consejo nacional ya han solicitado que se adelante, para acabar con la interinidad actual), ninguna de las dos formaciones políticas estén para alcanzar acuerdo alguno. Como es lógico, el principal obstáculo será Junts, ya que los puentes entre el president Carles Puigdemont y el PSOE quedaron rotos con la investidura de Salvador Illa, aunque ya venían muy perjudicados tras la no dimisión de Sánchez como presidente del Gobierno en las elecciones catalanas y que distorsionó la evolución de la campaña. El entorno del president lo consideró una jugada sucia, impropia de hacer a un partido que había facilitado su reelección como presidente del Gobierno.
Sánchez no ha defraudado al personal: la carpeta Illa ya forma parte del pasado y ahora toca ir a por los presupuestos y rebajar el malestar existente entre muchos barones territoriales.
Y ese estado de ánimo no ha cambiado. En todo caso, ha ido a peor. ¿Pero puede hacer algo el PSOE para ganarse los votos de Junts? Es cierto que había una negociación discreta sobre la financiación autonómica, pero no parece probable que Junts vaya a terciar mucho en un acuerdo que lleva la rúbrica del PSC y de Esquerra, y que el partido de Puigdemont cree que los republicanos se quemarán ellos solos, ya que la negociación que ha llevado a cabo Marta Rovira es demasiado ambigua. El problema que se le plantea a Sánchez es si puede estar dos años sin presentar presupuestos en el Congreso. Ya desistió de presentar los del 2024 porque los números no le cuadraban.
Hacer lo mismo en los de 2025 sería hacer evidente que la legislatura va en pendiente cuesta abajo. El caso es que los trucos se le han ido acabando y Junts, que aún espera que el catalán sea oficial en las instituciones europeas como pago por la investidura, ha hecho en los últimos meses un curso acelerado de sanchismo. Y el balance para los de Puigdemont no es nada satisfactorio.