Se cumplen estos días tres meses desde que Carles Puigdemont, un desconocido para muchos alcalde de Girona, se encaramó a la presidencia de la Generalitat. Para ser precisos, este domingo se han cumplido tres meses de su elección por el Parlament de Catalunya y el próximo martes hará tres de su toma de posesión. Estamos, por tanto, dentro de lo que antes se entendía que era una cortesía parlamentaria de los primeros cien días de gobierno y que a la velocidad actual ha quedado reducida, en todo caso, a cien minutos o, en el mejor de los casos, a un centenar de horas. Hacer un balance del tiempo transcurrido no es nada fácil por un cúmulo de circunstancias, algunas de las cuales poco o nada tienen que ver con la política catalana, como es la situación de bloqueo existente en la política española y que impide el nombramiento de un presidente, un nuevo gobierno y el establecimiento de las mayorías parlamentarias.

Este dato es importante ya que, por ejemplo, el presidente del Gobierno español en funciones no ha recibido al president de la Generalitat, dándose la circunstancia de que sí lo han hecho los ministros aunque con resultados muy menores, en parte por su condición de titulares en funciones. La carpeta catalana condiciona la política española y la confección de gobierno en Madrid, pero en la Moncloa la respuesta que se ofrece es el más sonoro de los silencios.

Hay que ir, por tanto, a la política catalana para realizar un balance ni que sea muy provisional. En el haber de Puigdemont está el mérito de una cierta distensión en la política catalana, donde se han restablecido algunos puentes de diálogo con la oposición fundamentalmente de izquierdas. Hasta la fecha sin resultados tangibles ni con el PSC, ni con Catalunya Sí que es Pot, ni con la CUP, un socio peculiar de govern mucho más interesado en distanciarse de Junts pel Sí que de colaborar en la gobernabilidad. El estilo Puigdemont empieza a ser visible también en el seno del Govern, donde la relación con su vicepresident, Oriol Junqueras, más allá de alguna situación puntual reciente es mutuamente considerada como muy buena. Ello ha de ayudar a un entendimiento entre los dos partidos del ejecutivo –CDC y ERC– y sobre todo al gran objetivo interno de los presupuestos de la Generalitat. El primer balance del Govern, por tanto, ha de quedar aplazado a la presentación de los presupuestos y a su aprobación, que será la verdadera prueba de fuego.