El viernes de la semana pasada hablamos del fin del Imperio americano como metáfora del declive de una señal guía para la economía global y los mercados que se apagaban después de unos datos de empleo "decepcionantes" como reconoció posteriormente la presidenta de la Fed, Janet Yellen. Si entonces se apagó América, hoy se ha apagado Europa. El Ibex cayó cerca de un 3%. ¿Era imaginable otra cosa?

El discurso del jueves de Draghi fue catastrófico porque abrió una brecha cargada de dudas sobre la economía europea, que crece modestamente pero crece. Todo ello para defenderse de las críticas alemanas, que detestan a un presidente del BCE, descontrolado, siguiendo pautas americanas que no corresponden con el ADN financiero europeo. Era la declaración de una guerra.

La declaración de una guerra

Esta mañana le ha contestado Jens Weidmann, presidente del Bundesbank, indicando que de mantenerse -como hace el BCE- la política de tipos de interés por debajo de cero ello provocaría el riesgo de una "subida abrupta" en las primas de riesgo de la deuda europea. Es decir, que si el BCE aminora los incentivos para reducir la deuda en Europa a través de nuevas formas de expansión monetaria, el Bundesbank incendiaría las primas de riesgo y usted sabrá Sr. Draghi. Ha sido una respuesta que dice: "si quiere sangre monetaria, la tendrá". Un banco central debe ser lo que es, no cualquier recreación postmoderna de cambio de género.

Lógicamente, la reacción alemana condujo a la caída de los valores bancarios, que son los secuestrados en esta historia, multiplicando las inquietudes de los inversores que al final se concretan en la búsqueda de la deuda como refugio. 

Datos menores quedaron en su rango. Si faltara algo, ahí tenemos el Brexit, que en la orden de los caprichos europeos, está ahora arriba en el ranking de atención, como el caos -más comprensible- que reina en Francia, donde la confrontación de distintas maneras de ver el mundo tiene un sentido. Europa está en un trance muy complejo.