Pruna, merecedora del Premio Adrià Gual 2019 y estrenada en julio de 2020 dentro del Festival Grec, es una de las obras más representativas de la dramaturga y directora Queralt Riera, que acaba de reunir toda su producción en el volumen Teatre reunit (Arola Editors, 2024). Además, con esta pieza cierra la trilogía sobre el abuso que ha presentado en la Fundación Joan Brossa - Centre de les Arts Lliures a lo largo de esta temporada. Así, después de Dona —sobre prostitución y violencia sexual— y Jo porn, tu porno —que propone un imaginario alternativo a la pornografía mainstream con el fin de subvertir los códigos de representación con nuevas narrativas del placer y una sensualidad tierna, lúdica y creativa—, llega Pruna, una obra cruda y poética sobre los abusos infantiles.

El espacio escénico —a cargo de Jose Menchero— está centrado por un módulo construido como una enorme ele frontal y alfombrado de blanco: tacto cálido y color gélido como el del iglú —"en el centro magnético / del polo Norte"— hasta el que viaja la niña con su pensamiento. Sobre este contenedor abstracto, lienzo impoluto que se teñirá con el diseño de luces de Conchita Pons, encontramos a cuatro intérpretes: por una parte, las dos Prunas —Laura Calvet y Annabel Castan—, que, sentadas en el suelo, mueven los brazos como si fueran autómatas oxidados o muñecas rotas; de la otra, Momó Fabré y Joan Llobera, que manipularán un amenazador títere-escultura con forma de hombre vaciado.

Foto 2 Ciruela
Foto: Maria Jesús Mulà

El nombre de Pruna, que quizás quiere remitir a la canción infantil La lluna, la pruna —donde algunos han visto alusiones a un abuso incestuoso—, está tematizado desde el principio: la niña (Calvet) hace énfasis en los equívocos que ha ocasionado el hecho de llamarse así; la adulta (Castan) nos explica que lo ha hecho extensivo al restaurante que regenta en el Poblenou, donde todos los platos llevan este ingrediente —"las ciruelas son una fruta deslucida [...] pero se les puede sacar mucho jugo"—. El discurso de la una, situado en un presente absoluto, reenvía a la infancia y está articulado desde la iteración; el de la otra —la mujer que se remonta al pasado para identificar el trauma, conjurarlo y ser capaz de avistar una vida en plenitud— parece más arreglado, pero resulta igualmente obsesivo.

La acumulación de motivos compone una trama de insinuaciones o sospechas, entre eufemismos aprendidos y metáforas genuinas

El dolor está en los dos lados, y las actrices, auténticamente conmovedoras, nos lo hacen llegar con gestos precisos, emociones limpias, palabras crudas —"yo quiero al papa casi cada día, pero si me hace jugar al juego de las luces apagadas hay ratos que no lo quiero nada"— y la esperanza como único lenitivo. La acumulación de motivos va componiendo una trama cada vez más densa de insinuaciones o sospechas, entre eufemismos aprendidos y metáforas genuinas —el "mejillón cerrado", los "pies de pedra"— que aluden al dolor, la incomunicación o la parálisis. El mal como estructura que encarcela —la del títere-agresor— se contrapone al amor que cuida. Conviven, así, el tiempo de la herida y el de la reparación.

Foto 1 Pruna
Foto: Maria Jesús Mulà

Hecha de elementos diversos —símiles inspirados, alusiones a paisajes y paisanajes, píldoras documentales—, la obra cuenta con dos interludios: en el primero, los cuatro intérpretes enuncian nombres y extractan casos —circunstancias, secuelas— de víctimas de abuso infantil, para acabar cumpliendo un solemne, y tierno al mismo tiempo, ritual; en el segundo, que aporta contexto legal y datos estadísticos, se nos informa de que uno de cada cinco menores ha sufrido, sufre o sufrirá abusos. Como ha dicho Queralt Riera en alguna ocasión, la tragedia del Narciso contemporáneo no tiene tanto que ver con la vanidad como con el hecho de que no sea capaz de reconocerse en la imagen proyectada. Quizás es hora que empecemos a mirarnos al espejo e identificar los males de nuestro tiempo.

Quizás es hora que empecemos a mirarnos al espejo e identificar los males de nuestro tiempo, dice Queralt Riera

"Soy una niña hecha de trozos, soy un gorrión de ala astillada, soy la cola cortada de la lagartija", dice Calvet. "Y de parches / y trozos, / yo / me he hecho una mujer", remacha Castan. A pesar del dolor a que nos confronta, porque nos obliga a sentir las palabras de los supervivientes, la obra rezuma vitalismo y acaba conduciendo a una cierta paz, en virtud de las palabras reparadoras —"apeado / que te sujeta / el sendero"— y las ficciones compensatorias que operan una especie de justicia, o venganza, poética. Pruna hace daño, da coraje y deja poso.