Querida Julia,

Lo primero que conocimos de ti fueron unas piernas que no eran las tuyas, un escote que no era el de tu cuerpo y un vientre perfecto digno del canon 90-60-90 que tampoco era tu vientre. Entonces todavía no lo sabíamos, pero en aquella escena inicial de Pretty Woman que hemos visto millones de veces y en la cual se nos presenta a una misteriosa protagonista a partir de la sexualización de su cuerpo, empezando por los tacones y acabando por los labios, el director había decidido emplazarte por Shelley Michelle, una doble con un físico más predominante que el tuyo. La misma doble con quien, después, se hizo un fotomontaje en el cartel de la peli: no, tampoco nunca supimos que habían puesto tu cara en una figura femenina escultural que no era la tuya.

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Julia Roberts en una escena del film, que le valió un Globo de Oro. (Touchstone Pictures)

Todos creíamos que eras tú, pero en realidad no lo eras, al igual que Vivian no era Julia Roberts, sino el personaje a quien dabas vida y por el que te pagaron siete veces menos de lo que le pagaron a Richard Gere, aunque tú contaras ya con alguna nominación anterior a los Oscar y él, en cambio, no. Que tú cobraras 300.000 $ y él 5 millones es una calamidad que, por desgracia, nada sorprende si se tiene en cuenta que Pretty Woman se convirtió en una película mítica y extrañamente mágica, sí, pero sin embargo un cuento de hadas no sólo terriblemente patriarcal, sino también con un discurso materialista altamente nocivo.

Hacerse mayor debe ser revisar el pasado, desmitificarlo y darse cuenta de que aquello que nos maravillaba de pequeños no es tan bonito como parece. Por eso hoy te escribo a ti cuando en realidad querría escribirle a ella, Julia, porque si aquella prostituta alocada nos robó a todos el corazón es, principalmente, gracias a ti. Pero también a su forma de ser, aunque a medida que la historia avanza, su personalidad se va evaporando como un refresco abierto tras dos días en la nevera. Es inevitable tildar a Pretty Woman de machista si se hace un revisionismo actual, pero de la misma forma sería injusto no mencionar uno de los pocos puntos a favor del film: si medio mundo se enamoró de Vivian es porque tenía muy claro que vendía su cuerpo, pero nunca su alma. Una soñadora que tenía el mismo sueño que Cenicienta, de acuerdo, pero una soñadora empoderada, que afirma tener claro "con quién, cuándo y cómo" pasa su tiempo y que es capaz de poner límites y hacerlos cumplir. De hecho, desgraciadamente de Vivian sólo sabemos eso, aparte de conocer que utiliza hilo dental después de comer.

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Una de les escenas iniciales de esta versión moderna del cuento de la Cenicienta. (Touchstone Pictures)

Que Pretty Woman sea un alegato patriarcal es gracias al personaje masculino, Edward Lewis, no por culpa de Vivian. Del empresario sin escrúpulos interpretado por Richard Gere lo sabemos casi todo: su pasado, sus fobias, sus miedos, sus proyectos, su sensibilidad artística, etc. De ti, o sea, de Vivian, sólo sabemos una cosa: que vienes de un desengaño amoroso y tienes la pared llena de fotos donde has borrado la cara de tu ex, que te gustan los coches y que eres terriblemente sexy. No lo digo yo; lo dice la peli. Por eso te escribo, Julia, porque conseguiste ser la protagonista de una historia en la cual el protagonista es él, ya que no te conocemos las aspiraciones, las inquietudes ni el germen de una personalidad explosiva capaz de cautivarnos. Por desgracia, sólo conocemos como esta personalidad genuina y popular se va esfumando a medida que avanza la historia, en un proceso de aristocratización capitalista en el cual acabamos añorando a aquella chica con peluca rubia que ríe mirando cine en blanco y negro.

Durante dos horas de película, se te trata como un objeto de alquiler en propiedad de un sujeto, por eso el protagonista del film es en realidad él, tal como le dices al final, cuando afirmas haberlo salvado: tú le has aportado todo aquello que no puede pagarse con dinero, mientras que él, a ti, sólo te ha aportado confort, lujo, consumismo y el descubrimiento de un mundo donde, en vez de ser tratada como una leprosa infecta cada vez que entras en una tienda de moda, las dependientas son capaces de lamer el suelo con la lengua para venderte un vestido y cobrar comisión. Tú pasas de vivir en un tugurio con una amiga que se alimenta con rodajas de naranja de cubata cuando tiene hambre a disfrutar de una botella de champán con fresas, pero el problema no es este contraste radical entre dos vidas y dos condiciones sociales tan diferentes, sino la simplicidad de observar que en escasos siete días aquella Vivian auténtica del principio de la peli, absolutamente singular y adorable, se transforma en alguien a quien, gracias al dinero, la identidad le da un giro de 360°. Alguien que tolera comentarios como "cuando estás quieta eres preciosa". Alguien, en definitiva, que parece enamorarse no de un hombre, sino de una idea de hombre. O de una idea de hombre basada en el capital económico de este hombre.

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Pretty Woman sigue siendo un éxito d audiència, a la vez que un foco de polémica. (Touchstone Pictures)

Ya me despido, no quiero alargarme. Fuiste el primer gran amor de mi vida, como el de tantas otras personas, supongo, por eso sigo sin perderme ningún estreno tuyo y por eso debo haber visto Notthing Hill, Closer o Erin Brokovich unas cincuenta veces, pero igual que yo siempre seré aquel niño que de pequeño soñó ir algún día a la ópera con alguien como tú sin saber ni qué era la ópera ni qué caray significaba La Traviata, tú siempre serás aquella Vivian que escuchaba el walkman dentro de una bañera llena de jabón, por mucho que con los años haya aprendido a comprender que el amor romántico es nocivo y que aquel desenlace, con un príncipe cabalgando encima de un caballo blanco con motor de cuatro tiempos para liberar a la princesa de su prisión, es un final comercial y mágico, pero mucho menos perfecto de lo que siempre había creído. Por suerte, treinta y un años después, no sólo yo me he dado cuenta. Por suerte, treinta y un años después, podemos seguir disfrutando de Pretty Woman a pesar de saber que los mitos también son imperfectos. Como los cuentos de hadas. Como el amor. Como esta carta que nunca leerás. Como la vida misma.

Atentamente,

P.