Es el único caso de la historia europea que otorga la nomenclatura de un conglomerado a un dominio secundario

Lleida, algún día del mes de agosto de 1150. Ramón Berenguer IV, conde independiente de Barcelona, 12.º conde de la estirpe catalana Bellónida; y Petronila, hija única del rey Ramiro II de Aragón y última princesa de la estirpe aragonesa Jimena; se casaban en la catedral de Santa María la Antigua. Aquel matrimonio político consagraba la unión dinástica (nunca la fusión territorial) de los dos principales dominios del cuadrante nororiental peninsular. Hasta pasados dos siglos largos, aquel conglomerado que con el transcurso del tiempo había sumado otros Estados (Mallorca, Valencia, Sicilia, Malta, Cerdeña); se denominó, simplemente, Corona (siglos XII en XIV). El añadido "Aragón" no se generalizaría hasta que la nueva estirpe Trastámara de Barcelona inició el largo proceso de unión dinástica con la Corona castellanoleonesa (siglo XV).

Barcelona, elemento dominante de la negociación

La historiografía española se ha esforzado mucho en justificar el añadido "Aragón" pretextando la diferencia jerárquica entre los respectivos soberanos de la unión catalanoaragonesa. Y han repetido y divulgado, como un mantra perverso, que "un rey es más que un conde". Incluso, algunos historiadores han dibujado aquella unión dinástica como un cuadro patriarcal y misógino. Por ejemplo, la interesada manipulación —a propósito para la ocasión— que el historiador aragonés Ubieto hace de la respetable institución del "matrimonio en casa". Ubieto dibuja Barcelona como una doncella golpeada, piojosa y desvalida; que sobrevivió al pasar de brazos del padre (el reino de Francia) a los brazos del marido (el reino de Aragón). Pero la realidad demuestra que desde las primeras negociaciones (Barbastro, 1136 y Ayerbe, 1137); Barcelona siempre fue el elemento dominante.

Mapa de los estados ibéricos de la Corona de Aragón (1659). Fuente Bibliothèque Nationale de France
Mapa de los Estados ibéricos de la Corona de Aragón (1659). Fuente: Bibliothèque Nationale de France

La barrena del régimen feudal

¿Entonces, por qué esta obsesión en transformar la realidad? Sabemos que a partir de la Revolución Feudal, a caballo entre el año 1000, se alteró sustancialmente el dibujo de la pirámide jerárquica; y muchos marqueses, duques y condes que habían desarrollado una concepción patrimonial del cargo se independizan del poder central para convertirse, en muchos casos, en gobernantes más poderosos que muchos reyes; que en aquel desguace habían conservado el título, pero habían perdido el poder. ¿Alguien, con un mínimo conocimiento de la historia, se atrevería a discutir que, a partir del triunfo del régimen feudal (siglos X y XI), los reyes de Croacia eran más poderosos que los dux de Venecia? ¿O que los reyes de Wessex, en el sur de Inglaterra, eran más poderosos que los condes de Flandes? ¿O los reyes de Escocia eran más poderosos que los duques de Borgoña?

Hispania is diferent

Otra cosa es lo que pasó en la periferia de Europa. En la península Ibérica, excepto en los condados catalanes, el régimen feudal no arraigó con fuerza. Y el régimen señorial que lo había precedido (el que se sustentaba sobre la pirámide jerárquica tradicional) se conservó. La estirpe de caudillos vascos Arista se limitaron a hacer efectiva su posición de dominio dentro de la comunidad, y se intitularon reyes (810) sin la autorización imperial ni pontifical (los dos únicos poderes que podían coronar a un rey). Y no solo eso. La monarquía navarra fue una fábrica de reyes. Poniendo la directa transformaron los condados de Castilla y de Aragón en sendos reinos. Pero esta categoría, en aquel contexto, no los situaba en una esfera superior a nadie. Con aquellas maniobras, simplemente se pretendía consagrar el dominio de un personaje o de un grupo familiar.

Mapa de la distribució política d'Europa a principis del segle XII. Font Pinterest
Mapa de la distribución política de Europa a principios del siglo XII. Fuente: Pinterest

¿Quién teme al periodista?

Pelayo y los Arista

Pelayo, el mítico Don Pelayo no era aquel magnate cortesano de Toledo, pariente del rey Rodrigo, el último monarca visigodo. Los prestigiosos historiadores Marcelo Vigil y Abilio Barbero, nada sospechosos de pertenecer a ningún tipo de corriente revisionista, han probado que Pelayo no era más que un líder local asturiano que tuvo la habilidad de fabricar la idea de la restauración hispanovisigoda. Y sin encomendarse ni a Dios ni al diablo, se intituló rey de Asturias y continuador de la monarquía visigótica toledana (718). Pero no tuvo nunca el reconocimiento de autoridad de los otros focos resistentes del norte peninsular. Y eso explicaría la aparición en escena, un tiempo después, de los Arista de Pamplona (824) y, sobre todo, el hecho de que aquellos primeros reyes aragoneses de fábrica navarra (1076-1137) no eran más que el resultado de la fragmentación total del proyecto de Pelayo.

Habsburgo y Saboya, Austria y Piamonte

Durante la Edad Media y Moderna (siglos XII en XIX) se produjeron procesos de construcción similares a los de la Corona catalana o catalanoaragonesa por toda Europa. Por ejemplo, el archiducado independiente de Austria. Entre los siglos XVI y XVIII, los Habsburgo vieneses crearon un conglomerado de dominios a partir del núcleo archiducal de Austria y la progresiva absorción de los reinos de Bohemia, de Croacia, de Hungría y de Eslavonia. Estos reinos siempre tuvieron un papel subordinado al núcleo austríaco (el archiducado), y así lo reflejaría la nomenclatura de la historia. O, por ejemplo, el ducado independiente del Piamonte. Los Saboya turineses obtuvieron el dominio del reino de Sicilia (1713), que intercambiaron por el reino de Cerdeña (1718) a cambio de abandonar la causa austriacista en la Guerra de Sucesión hispánica.

Mapa del conglomerado austriac (1855). Fuente Cartoteca de Catalunya
Mapa del conglomerado austríaco (1855). Fuente Cartoteca de Catalunya

 

El archiducado independiente de Austria

En ninguno de los dos casos se oculta el papel protagonista de la entidad motora de aquellos respectivos conglomerados detrás de cualquiera de los dominios secundarios, por mucha categoría —pretendidamente superior— que ostentaran. En 1538 el archiduque independiente Fernando I recibió el reino de Hungría de manos del monarca húngaro Luis II. Como en 1137 el conde independiente Ramón Berenguer IV de Barcelona había recibido el reino de Aragón de manos del monarca aragonés Ramiro II. A nadie se le ocurrió llamar a aquel conglomerado "Corona de Hungría", en virtud de un pretendido orden que diría "un rey es más que un archiduque". Como tampoco a nadie se le ocurriría referirse a la archiduquesa María Teresa de Austria (la soberana de la edad de oro austríaca), como la "reina eslavona"; o al archiduque Francisco Fernando (el que asesinaron en Sarajevo); como el "monarca bohemio".

El ducado independiente del Piamonte

Ni a nadie con un mínimo conocimiento de la historia se le ocurriría decir que Cavour, Mazzini o Garibaldi eran los líderes del movimiento político y del ejército sardo que unificó Italia (1869). Entonces, ¿por qué los catalanes toleramos que se proclame sin rubor "el rey aragonés Jaime I", "la conquista aragonesa de Mallorca", "los almogávares aragonesas de Sicilia" o "los comerciantes aragonesas de Nápoles"? Cuando sabemos perfectamente que Jaime I proclamó que "Catalunya era el mejor reino de las Españas"; o que los aragoneses no tuvieron ninguna participación en la empresa mallorquina; o que los almogávares eran, básicamente, de nación catalana; o que el comercio mediterráneo —el nervio del poder político y militar del casal de Barcelona— fue obra exclusiva del brazo mercantil catalán. ¿Corona de Aragón? No, Corona catalana.