Cualquier aficionado al cine de género del país, podríamos decir incluso cualquier aficionado al cine, conoce a la perfección el vínculo que el Festival de Sitges ha generado con una generación de creadores (los Bayona, Balagueró, Maíllo, Mira... y nuestro hombre, claro) que acudían como espectadores casi desde su adolescencia y que han crecido, también profesionalmente, en ese entorno tan especial. Inaugurar el certamen con Hermana Muerte es, pues, un sueño para Paco Plaza (Valencia, 1973). “Es el mejor sitio dónde estar ahora mismo”, comienza. “Sí, hay nervios, pero sobre todo hay ilusión. Este festival es muy importante para mí, lo sabes porque me has visto dando paseos por aquí durante los últimos 30 años. Y cuando estás tan familiarizado con un entorno y con una comunidad como esta, para mí es como enseñar la peli a mis amigos, en el sentido de compartir algo importante con gente que es afín y con la que has vivido muchas cosas. No es que sea jugar en casa, pero sí hay un punto de emoción que va más allá de lo que significa presentar un trabajo en un festival”.

Y continúa: “La seña de identidad de Sitges es que su público acude con la voluntad de que le gusten las películas. Y eso no ocurre en otros festivales. Aquí nadie viene a pasar un examen, sino a compartir una afición, el cine de género. Es muy distintivo, y eso, para quienes estamos en el lado de hacer las películas, es una gozada, porque sabes que hay una predisposición al disfrute, y eso es lo mejor que puedes pedirle a un espectador”. Plaza da el pistoletazo de salida a la 56.ª edición de Sitges con Hermana Muerte, un largometraje que mezcla monjas y apariciones de la Virgen, fenómenos paranormales e imágenes religiosas, penitencias por convicción y por obligación, puertas que chirrían y sillas que se caen, dibujos de un ahorcado en las paredes, niñas santas y niñas pobres, y un poderoso contexto de posguerra. Y que, además, forma parte del mismo universo de la que es, quizás, la mejor película de su autor: Verónica (2017).

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Foto: Europa Press

“No sé si llamarla spin-off, en cualquier caso cuando haces una continuación corres el riesgo de repetir o reproducir esquemas que han funcionado, de generar una fotocopia. Y yo quería huir de eso y hacer algo que fuera muy diferente a Verónica en todos los sentidos, temático, formal, plásticamente. Hay un personaje que es la excusa, y algunos puntos en común, pero la apuesta estética y narrativa es muy distinta”. El título ya da una pista clara, es un señuelo evidente, y, aunque no se trate de una secuela y utilice elementos muy distintos, los guiños son de lo más juguetones. Una muestra más de la sabiduría de un cineasta con mucha mili a las espaldas, y con hitos del género como, obviamente, la saga [REC].

Monjas de posguerra

Rodada en el Real Monasterio de Sant Jeroni de Cotalba (Alfauir, Valencia), escenario que combina corredores y celdas con el blanco de sus muros y los patios soleados, Hermana Muerte comienza siguiendo a una novicia (interpretada por Aria Bedmar, todo un descubrimiento, pese a su experiencia en la serie Acacias 38) que, en plena crisis de fe, llega a un convento reconvertido en escuela para niñas sin recursos. Corre el año 1949, España vive una dolorosa posguerra, y la protagonista, con un pasado muy particular, se sumergirá en un contexto de fenómenos extraños que las alumnas sufren y las monjas callan. A propósito del retrato de un momento concreto de nuestra historia, Paco Plaza nos explica que “cada vez tiendo más a contar historias más locales. Es un poco lo que dice el cocinero Andoni Aduriz, que cuanto más ahondas las raíces en el suelo, más sanas crecen las ramas. Hay algo en enseñar cómo somos, o cómo éramos, y dónde vivimos, que forma parte de la magia, y especialmente en un film como este, destinado a una plataforma. Eres consciente de que va a tener una difusión simultánea en muchísimos países y creo que hacer películas arraigadas hace que viajen mejor. A mí, por ejemplo, me pasa que cuando veo una peli de Bong Joon-ho siempre me fascina ver qué comen”, confiesa entre risas.

Todos los que hemos pasado la infancia en una determinada época veíamos todos los días a un señor crucificado sangrando: no nos han escatimado imágenes de ese tipo, vivimos rodeados de imágenes truculentas

Hermana Muerte sabe provocar escalofríos y, en cierta manera, reflexiones sobre una religión, la católica, que sustenta su fe en dogmas que tienen mucho que ver con las temáticas habituales del cine de terror. “Todos los que hemos pasado la infancia en una determinada época, en mi caso a finales de los 70 y durante los 80 y como alumno de un colegio religioso, veíamos todos los días a un señor crucificado sangrando. No nos han escatimado imágenes de ese tipo. La que usamos en la película, Santa Lucía con los ojos arrancados, los martirios de los santos... ríete de Hostel, Saw o Martyrs. Vivimos rodeados de imágenes truculentas. Y hay un elemento clave en la religión: para tener fe, tienes que creer en lo sobrenatural. Si te crees los dogmas de la Iglesia, cuando te dicen que ese pan es el cuerpo de Cristo, que el vino se convirtió en sangre, que la Virgen concibió sin pecado, que Jesucristo resucitó de entre los muertos, la curación de un leproso... encontramos cosas muy de género fantástico, temáticas muy Sitges. Y eso me parece fascinante. Y la iconografía católica es imbatible, a ningún diseñador del mundo se le hubiese ocurrido algo más potente que una cruz. Llevamos 2.000 años viéndola en todas partes. Ríete del logotipo de Nike”.

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Foto: Netflix

Terror con la luz encendida

Uno de los elementos estéticos que funcionan como un reloj en Hermana Muerte juegan, aparentemente, a la contra de lo que podemos esperar cuando nos imaginamos una historia de terror situada en un convento. Aquí hay pasillos y rincones tocados por la oscuridad, sí. Pero también escenas escalofriantes bajo un sol de justicia. Dice Paco Plaza: “Yo soy valenciano y me gustaba adaptar esa luz mediterránea tan nuestra, me gustaba que los hábitos blancos de las monjas se fundieran con el decorado, hay varios planos en que se mimetizan con el entorno como un camaleón. Y me gustaba el desafío de usar la luz del sol como algo terrorífico. También por huir de ese cliché más Hammer, más gótico, de convento tipo El nombre de la rosa, húmedo y oscuro. Porque estábamos en Gandía rodeados de naranjos, la vida se abría paso, y me gustaba que ese contexto determinase la película plásticamente”.

Me gustaba que los hábitos blancos de las monjas se fundieran con el decorado, hay varios planos en que se mimetizan con el entorno como un camaleón

El cineasta abunda en sus reflexiones sobre el poder estético de la apuesta: “Esto de que sugerir es mejor que mostrar... lo llevo escuchando hace 50 años y no me lo acabo de creer. ¡Depende de lo que muestres! (risas) Y por otro lado, ya sabes que uno de mis referentes es Chicho Ibánez Serrador, y para mí, una de las mejores películas de la historia del cine es ¿Quién puede matar a un niño?, que es terrorífica y sucede a plena luz del día”, apunta. Por cierto, apunte curioso: pronto veremos a Paco Plaza dando vida a Chicho en Saben aquell, el biopic de Eugenio que ha dirigido David Trueba. Pero esa es otra historia.

Volviendo a la que nos ocupa, Hermana Muerte llegará a Netflix el próximo 27 de octubre. Y terminamos nuestra charla preguntándole a Paco Plaza por su momento como cineasta con más de 20 años de carrera a las espaldas. “Pues con ganas de dar un paso más en el género, de seguir experimentando. Hay un camino que empecé con Verónica y La Abuela, y ahora con Hermana Muerte, de búsqueda de estilización, de intentar no repetirme y probar cosas nuevas”. ¿Nos podemos olvidar, pues, de un quinto [REC]? “Eso es cosa de Jaume (Balagueró). Yo ya le dije que si hacíamos una que se llamara [REC]5, por el culo te la hinco... Pero se está resistiendo. Iba a ser un éxito" (risas).