El New Yorker publicó hace unos días un artículo que se preguntaba por el efecto que ha tenido la Revolución Cultural de Mao en el alma de China. El artículo empezaba recogiendo el caso de un científico que le había asegurado a una periodista norteamericana que estaba contento de que Mao lo hubiera expulsado de la universidad para llevarlo a trabajar en una granja. El autor se preguntaba hasta qué punto el científico era consciente de que mentía y, sobre todo, hasta qué punto la sociedad china está preparada para deshacer malentendidos de este tipo después de sesenta años.

La anécdota me ha hecho pensar en Convergència y en la alianza revolucionaria que han articulado Pablo Iglesias y Alberto Garzón. La tendencia que los políticos e intelectuales tienen a dividir la historia en etapas definidas a menudo conlleva graves equívocos en los análisis políticos. Los problemas de un país rebrotan y a las sociedades les cuesta pasar página porque, en cualquier sistema, por indecente que sea, los sectores mayoritarios ejercen de verdugos y de víctimas a la vez. Eso significa que no solamente se tienen que creer las falacias que construyen para vivir con la conciencia tranquila; además deben transmitirlas a los hijos.

La destrucción generada por las épocas oscuras se refleja siempre en el pensamiento de las generaciones que las sufren y en sus descendientes. Las guerras no se acaban con la rendición de los soldados de un bando sino con la aceptación de las ideas del ejército victorioso en el corazón de los vencidos. Las guerras se acaban cuando los vencidos dejan de verse como vencidos -por eso en Catalunya celebramos la derrota de 1714. El problema que plantea la regeneración de Convergència y de la izquierda constitucionalista es muy hondo porque la transmisión de los postulados culturales que justificaron su protagonismo se ha roto por la base. 

Una gran parte de catalanes hemos dejado de sentir la necesidad de decir que nos gusta o nos da igual pertenecer al Estado español. La importancia del fenómeno radica en el hecho de que este sentimiento sólo se podrá revertir con una situación proporcional a la que lo provocó. Si alguien no está seguro de que el pleito catalán està en la raíz de la Guerra Civil, que repase la política de los últimos años. Ha sido el independentismo el que ha dado la ocasión a los herederos de la Segunda República de sublevarse contra el régimen de 1978. Catalunya les ha abierto la puerta y les ha dado las claves de la estrategia política: el derecho a decidir, las consultas, el apoderamiento del pueblo y de la juventud, todo eso ya estaba en las consultas de Arenys de Munt que el Estado prohibió inútilmente. 

Si Convergència quiere reabsorber las fuerzas vivas del país se debe fijar en Alberto Garzón y Pablo Iglesias. Y no sólo porque han actuado con más audacia que el independentismo oficial. La alianza entre Izquierda Unida i Podemos es fruto de la necesidad del Estado de contener a Catalunya con sus energías más radicales y genuinas. A pesar de lo que dicen PP y Ciutadans, Venezuela y el comunismo juegan un rol folclórico, en este frente. El PSOE ha entrado en crisis porque ya no contribuye eficazmente a la unidad de España. Abandonado el federalismo estético por parte de los catalanes, el socialismo español ya sólo tiene sentido como muleta del PP, que es el partido de los vencedores de la Guerra Civil.

Convergència tampoco sirve ya para barnizar de democracia la situación de Catalunya. El partido de Pujol nació para defender los intereses de los sectores de la sociedad catalana que, con diferentes grados de resistencia, se habían opuesto a la revolución cultural promovida por el régimen franquista. Pujol emergió como una especie de Lee Kwan Yew y aseguró un sistema político que permitía vivir en catalán y decir públicamente que Catalunya es una nación sin seguir exponiéndose a la marginación o incluso a la represión física, como en Mallorca o el País Valencià. Ahora el partido pierde hasta la camisa porque que se ha producido un corte cultural y no ha sido capaz de adaptarse a los nuevos tiempos.

La prueba que Convergencia ha quedado desfasada es que hace tiempo que no sabe defender los intereses de los hijos y los nietos del pujolismo. Los jóvenes de CDC deberían preguntarse porque la mayoría de los políticos destacados de Junts pel Sí y de los partidos que lo integran han sido educados bajo el franquismo. Contra Albert Rivera, Inés Arrimadas, Andrea Levy, Meritxell Batet, Pedro Sánchez, Pablo Casado, Pablo Iglesias o Alberto Garzón el independentismo sólo puede oponer la juventud de los políticos de la CUP, que defienden postulados marginales entre la juventud del país –para que nos entendamos: yo no le pienso hacer una hija a Anna Gabriel para que después la comparta con Mireia Boya y Albert Botran, y mis amigos jóvenes y guapos todavía menos.

Mientras el Estado español da poder y oportunidades a sus jóvenes, los hijos y los nietos de las familias que aguantaron el catalán bajo la dictadura siguen teniendo un papel secundario en la elaboración del discurso convergente. La política vuelve a dejar claro que los catalanes deben pasar por un aro más estrecho que los españoles para prosperar. Si yo fuera joven y militara en CDC me preocuparía seguir a unos líderes que han hecho todo su camino bajo los postulados culturales de la Transición. Si la renovación del país tiene que estar en manos de políticos como Santi Vila o intelectuales como Jordi Amat o Llucia Ramis acabaremos yendo todos a trabajar a Madrid, y Salvador Sostres habrá tenido más razón que un santo.

Los españoles son más pero también son más cobardes, y en Catalunya están en minoría. ¿Hay algo más cobarde que defender una cosa tan sensual como una patria con la excusa de la legalidad? Si los españoles ya no tienen ni los cojones quijotescos de Fraga y otros políticos dispuestos "a coger el mauser", no digamos el corage de intentar defender la unidad de España con la inteligencia. Mirad como en poco tiempo han envejecido Alfred Bosch, Oriol Junqueras, Josep Rull, Francesc Homs o Germà Gordó. El tiempo se ha acelerado y la regeneración de CDC será inviable mientras Pujol siga mandando y los jóvenes del partido no cojan las riendas de su destino, y demuestren que han estudiado en una escuela democrática y catalana. 

En realidad, hasta que los jóvenes convergentes no dejen de actuar como los niños mimados del autonomismo y pongan a prueba su talento, no solamente Cataluña no será independiente: las jóvenes promesas del país se seguiran rompiendo antes de llegar a los 40; las mujeres más leídas seguiran escribiendo como si el sexo fuera una cosa sucia; la CUP hará discursos cada vez más exóticos; los líderes seran cada vez més pequeños y miedosos y el ambiente se irá volviendo tóxico. Victor Amela volverá a ganar el premio Ramon Llull con sus traducciones de google translator, como mínimo.