No sé por qué, pero creía que Constel·lació gràfica se había presentado hace pocos meses. Qué susto cuando, dándole vueltas sentado en el asiento de un vagón de la L10 norte dirección La Sagrera, justo antes del transbordo hacia la L1 para parar en Sant Andreu, me di cuenta de que el CCCB la inauguró tres años atrás, en diciembre de 2022. Justo después de que Oriol me refrescara la memoria encargándome cubrir el Festival Femiñetas, no podía creerme el impacto que aquella exposición —prejuzgada entonces por servidor como “una más”— había causado en mí; el encargo reavivó el calor del abrazo que supuso ponerme a disposición de aquellas nueve autoras ignotas. Interactuar con las obras de María Medem, Bárbara Alca o Conxita Herrero, adentrándome en sus instalaciones participativas, me deslumbró con el brillo que refleja la cultura subterránea, mal conocida como underground, cuando ejerce la acción de preservar los tejidos culturales de calidad. De ahí que, todavía hoy, reconozca el gesto que tuvo el museo cediendo su espacio para reivindicar el valor político-social del cómic liberado de los marcos de la viñeta.

Ciertamente, siento que Constel·lació gràfica llegó a mí como el prólogo de lo que días atrás presencié. El Festival Femiñetas organizaba en Fabra i Coats un punto de encuentro colectivo —en contraposición a la individualidad museística— entre decenas de profesionales femeninas del arte impreso. De entrada, la única disonancia con el CCCB es que la fábrica de creación agudizaba la mirada crítica millennial, epicentro conceptual de la exposición, convirtiéndose en el altavoz idóneo para dar eco a asuntos contemporáneos que afectan al conjunto de la población. Quien lograba sortear la tentadora terraza a la sombra de ladrillos rojos accedía a la planta baja del recinto topándose, en primera instancia, con las dos exhibiciones iniciales. Femiñetas utilizaba la jornada como excusa para celebrar su séptimo aniversario; corría el año 2018 cuando Flor Coll ideó una plataforma artística autogestionada enfocada en “generar redes, debates y visibilizar la cultura producida por mujeres, lesbianas, trans y no binarias”. Poco a poco, lo que fue el planteamiento de la tesis de su posgrado se convirtió en la “plataforma transoceánica de artivismo” que hoy conocemos.

Este año, amantes y defensoras del formato físico festejaban también la 14.ª edición del periódico homónimo, conceptualizado alrededor de “la casa”. Así pues, una tras otra, varias viñetas sujetas al hilo metálico que las sostenía daban la bienvenida a los asistentes dibujando un recorrido en el que ilustradoras de aquí y de allá —Latinoamérica, España y Cataluña— los invitaban a reflexionar sobre el hogar como espacio de identidad, refugio, creación… herido por políticas ajenas al bienestar, seducidas por el negocio. Entre líneas, uno podía leer referencias a la sexualidad femenina, invisibilizada, al conflicto Israel-Gaza, ignorado, o a la precariedad económica y laboral, crónica. Todo ello antes de llegar a una segunda instalación-denuncia sobre los estragos que está dejando la IA generativa sobre la creatividad humana. Aun así, encontré curiosa la contraportada de la exposición inicial porque mostraba un resumen cronológico de Femiñetas con algunos de los pasos clave para llevar al éxito cualquier propuesta artística. Ahora bien, una vez masticado el trámite preliminar, empezaba la diversión. Al otro lado de la sala se agrupaban las creadoras, una mesa cada dos, con los brazos bien abiertos para recibir la presencia de cualquier persona interesada en sus obras. Calculo que había más de cuarenta puestos actuando de escaparate del pequeño conjunto de creaciones que habían seleccionado. Personalmente, tuve la sensación de estar reviviendo Constel·lació gràfica, esta vez, en cambio, llena de vida. De hecho, Roberta Vázquez, que formó parte de ella, estaba allí acompañando al resto de compañeras.

Un sol amarillo con gafas de sol y cuarenta voces al unísono

Así pues, embelesado con el puestecito que prometía estamparte la camiseta al instante, inicié la vuelta que me llevaría a regresar a casa con la bolsa llena. Adhesivos, fanzines e impresos tiraban de mi manga para que les hiciera caso. Evidentemente, se lo hice. Y menos mal, porque el gozo que se sentía al comprar a las propias autoras el resultado de su trabajo, entablando conversaciones sobre arte y técnica, no puede medirse con palabras. Milaniza Montalvo G., por ejemplo, me explicó la historia de su impreso abstracto (1mx1m en la realidad), aconsejándome a la hora de enfrentarme a los acrílicos. Entre las destacadas, sin embargo, me gustaría subrayar a Vicky Cuello (Transoceánicas, Cap. 3), Sole Otero (Claustrofobia), María Pichel (Apuntes sobre el pensamiento positivo) y, en especial, Camila Sosa Villada con El viaje inútil, una breve reflexión ilustrada sobre la escritura de un poema. No obstante, Meritxell Garriga, Laura Mestre o Pamela Calero me facilitaron sus tarjetas de visita al verme curiosear. En defensa propia diré que la dificultad para decidirse era muy elevada. Aun así, me llevé una postal de Julie Rambaud que encapsulaba un sol amarillo limón de aspecto chulesco y con gafas de sol —valga la redundancia— y el adhesivo de Sagtista donde figuraba un chico diciendo “soy sensible y lloro mucho”, porque sí, soy sensible y lloro mucho.

En fin, el asunto es que aquello que me generó pereza una tarde de sábado me tuvo dos horas deambulando. Hasta las once de la noche, cualquiera que quisiera tenía la oportunidad de asistir a la cita relámpago complementada por una amplia oferta de talleres, clases magistrales, mesas redondas y sorteos, ¡incluida una clase de yoga! Así que hago un llamamiento a los despistados que se lo perdieron: anotad Femiñetas en el calendario del año que viene. Quizá de esta forma se tendrá presente un festival familiar en el que todo Cristo puede empaparse de cultura gráfica, autoedición feminista y disidencias completamente gratis, gracias, en parte, a la ayuda “Fomento de la igualdad entre mujeres y hombres a través de las prácticas artísticas y la cultura comunitaria” (2024).