“Robarle a una persona mayor es como robarle a un niño”. Esta es una de las pocas frases que suelta Adam Clay, el personaje que encarna Jason Statham en Beekeeper: El protector. Hombre de pocas palabras, llama más la atención por lo que hace que por lo que dice. Eso sí, avisa que es mejor no agitar el avispero. De hecho, él quería, una vez jubilado de la acción y la adrenalina, que nadie le molestase. Estaba más tranquilo trabajando con las abejas, obteniendo el más jugoso y valioso de sus jugos: la miel. Con el beneplácito de una señora ya retirada que le cedía una de sus granjas. Por lo tanto, todo estaba en orden. Hasta el momento en que aparecen unos timadores cibernéticos; desvalijando a aquella mujer (y a muchos otros) que amaba la vida habiendo creado una organización benéfica para niños. Sin una razón de peso ni fundamento, la despluman: los dos millones de dólares que tiene en la cuenta quedan en nada.

La venganza es dulce como la miel 

Un punto de partida cruel e injusto: esa mujer amable que había invitado a cenar a su apicultor favorito se quita del medio. A partir de ahí, el lío, su hija que es policía en medio de la investigación (incongruente al principio, pues persigue a quien defiende a su progenitora) y las dudas sobre si es un suicidio o un asesinato. Nada que no pueda resolver la sed de venganza de un Adam Clay que no esboza una sonrisa durante toda la película. Él se agarra a su habilidad para aniquilar a enemigos, con trucos variados y recursos infinitos (el del ascensor es fabuloso). Tiene un objetivo en mente: derribar a cada estamento e individuo que ha propiciado ese desastre, vengando la muerte de la única persona que le cuidó.

Hay incendios, cortes de dedos, gasolineras que explotan y, cómo no, hostias como panes

Así pues, hay incendios, cortes de dedos, gasolineras que explotan y, cómo no, hostias como panes. Por otro lado, Jeremy Irons, en un papel que únicamente le hará subir los ingresos en su cuenta corriente (y ningún rédito artístico), es quien maneja a la sombra toda esa trama fraudulenta, con niñatos que presumen de sus drogas de diseño, masajes personalizados y camisas de hipster horrendas, y que a través de un embuste y una llamada telefónica, se embolsan los ahorros de gente anónima e inocente. En tanto, las empresas que montan este tinglado, con el hijo irresponsable de la presidenta del país como conductor, financiaron la campaña electoral de la misma. Entre medias, el FBI, los S.W.A.T, el servicio de inteligencia y un multicañón que dispara 6.000 balas por minuto… todo muy americano y con un grado notable de superficialidad.

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Jason Statham, si le robas que sea mirándole a los ojos

No hay más cera que la arde: esto está construido para el lucimiento, y exhibición física, de Jason Statham

¿Creíble? En parte sí, en parte no. Con la polémica por el resultado de Escuadrón suicida (los fans siguen pidiendo el montaje en crudo del director), aquí David Ayer va al grano: utiliza la pócima mágica de la violencia y la diversión. Un cocktail que funciona si el guion tiene enjundia. Sin embargo, este no es el caso, Kurt Wimmer (Salt, Le llaman Bodhi) sabe a qué público se dirige y que el arma viva que le va a dar cierta consistencia no es otra que la de Jason Statham (también productor de la cinta). Por tanto, aquí no hay más cera que la arde: esto está construido para el lucimiento, y exhibición física, del actor. “Te respetaría más si mirases a los ojos cuando robas”, dice Adam Clay. Y viendo que no son capaces, el apicultor vengativo no deja títere con cabeza. “Sin agricultura, no hay civilización”. Pues eso, más claro el agua (o ya puestos, miel de abejas).