La gente joven no tenemos ninguna perspectiva de futuro. Esta frase de mierda podría ser el titular de una entrevista de El PaísDulceida, pero se debe reconocer que es cierta. Los sociólogos y publicistas han sido los primeros en teorizar sobre esta realidad y, ironías de la vida, todos quienes lo han hecho han sido señores de más de 45 años, separados y adictos a las tortillas de patata.

A estos especímenes, inofensivos a ojos del mundo civilizado, no les debemos perdonar que hayan blanqueado de manera sistemática la precariedad juvenil. Nihilistas posmodernos, ciudadanos del mundo o emprendedores de su propio destino, son algunos de los términos que han utilizado para definirnos y, a la vez, mearse en nuestras bocas. Detrás una multitud de infografías baratas e imágenes de stocks gratuitos, sus artículos son una mezcla de condescendencia y befa con los cuales pretenden humillarnos.

Afortunadamente, sus aspersores de sentencias paternalistas no suelen llegar a la juventud, de forma que quedan flotando en lo que yo denomino ciberespacio pollavieja. Allí, sus teorías irán rebotando de directores de instituto a profesores de coaching, pero poca cosa más. Si uno está dispuesto a ensuciarse hasta las rodillas, sin embargo, puede adentrarse en el ciberespacio pollavieja introduciendo una palabra clave en Google: generación millennial.

En relación a la generación millennial hay miles de teorías y ninguna de ellas tiene el más mínimo sentido. La tesis principal defensa que somos la generación más preparada de la historia y, a la vez, la más vaga. También dicen que el 2023 seremos muchos más y que venga coño a ver si nos posamos las pilas eh, que las pensiones no se pagan solas. Otra hipótesis que plantean explica que la desafección de los jóvenes se debe a la violencia del mundo moderno, y es que todo el mundo sabe que estamos viviendo la época más sanguinaria de la historia de la humanidad. Así pues, compañero, tienes que saber que si cobras 3 euros la hora se por culpa de la imam de Ripoll.

En general, las innumerables teorías que se han escrito sobre este tema siguen dos premisas claras: la falta de rigor y la benevolencia inútil. Cómo si de un escarnio se tratara, los patrones del pollaviejismo retratan el problema que vivimos –creado por su generación, por cierto– y se alegran de no vivirlo en primera persona, pero a la vegada nos acarician la cabeza como diciéndonos “pobre, de donde no hay no se puede sacar”. A grandes rasgos, pues, nosotros somos el niño senegalés que cada día hace 15 kilometras a pie para ir a la escuela y ellos el turista de clase media-alta que le regala una camiseta del Decathlon y lo cuelga en Instagram. Después del espectáculo, el niño sigue su vida con más pena que gloria mientras el turista vuelve al resorte, se posa Netflix, y después se la casca pensando en la recepcionista de un gimnasio de la Diagonal.

Es importante recalcar que la postura que toman los adultos no adquiriría una dimensión tan grande si no fuera por un sector determinado de la juventud al cual denominaré, de manera totalmente casual, puta chusma de mierda. En todas las guerras los aliados colaboracionistas tienen un papel clave, y este caso no es una excepción.

Los aliados del pollaviejismo suelen ser niños de casa buena carecidos de ningún tipo de empatía humana. Son aquellos quien con una mezcla de retraso e inconsciencia afirman alegremente que no han cogido nunca el metro. Aquellos quien, como si se tratara de un safari keniano, observan las señoras peruanas que cogen el bus en dirección a Sant Gervasi desde la cima de sus todoterrenos. En definitiva, aquellos quien asisten a seminarios de ADE donde el sujeto principal del encuentro es una cosa etérea, imprecisa, y que ni ellos mismos saben definir.

Ellos serán los encargados de recordarte que si no triunfas es porque no te has esforzado lo suficiente. Que si te lo propones todo es posible. Que el éxito es bien cerca y solo lo tienes que ir a buscar. Será entonces cuando tú, mientras descansas después de una semana llena de altibajos, tendrás que cerrar los ojos y desear con todas tus fuerzas que la hélice de sus yates les triture los testículos en el puerto de Formentera.