Una de las mejores cuentas que se pueden seguir en redes sociales es la del periodista y crítico de cine Toni Vall. A menudo, con respecto a informaciones relacionadas con lo que más lo apasiona, el séptimo arte. Pero también muchas veces por lo que escribe sobre lo que ve (y lo que deja de ver) en su ciudad, Barcelona. Harto de que las ciudades se parezcan cada vez más las unas a las otras, harto de comprobar cómo los pequeños comercios y locales emblemáticos desaparecen para dar paso a grandes centros comerciales y cadenas de ropa idénticas en cualquier rincón de mundo, hasta las narices de asistir impotente a la destrucción y derribo de cines emblemáticos de la ciudad. Una cuenta que vale mucho la pena seguir. Vall repudia el aspecto monocromo que tiene la ciudad ahora, donde vayas donde vayas sólo hay grandes almacenes, tiendas de ropa idénticas aquí, en Nueva York, en Milán o en Munich, y donde se ha perdido la personalidad que le daban a la ciudad los viejos cines y las tiendas de toda la vida.

Toni Vall a la exposición sobre Bocaccio que se puede ver en el Palau Robert/ACN

Toni Vall, en una exposición sobre Bocaccio en el Palau Robert / ACN

Vall pone el grito en el cielo cuando alguna cosa que ve y vive le indigna. Como le pasó hace unas semanas en el Auditorio de Barcelona cuanto antes de un concierto del gran Roger Mas fue testimonio en primera persona de un atraco a mano armada que se perpetra allí y en muchos otros espacios que ofrecen cultura. ¿Por qué? Porque es una indecencia que si antes de disfrutar del espectáculo quieres tomar alguna cosa, antes de disfrutar con la música quieres hacer un pequeño piscolabis, lo que tomes probablemente te costará tanto o más que el concierto que vas a ver. El periodista pidió un Cacaolat y una cerveza. Para ser más exactos, "una caña pequeña de cerveza mala". Precio total que pagó: una indecencia: "En el bar del Auditorio, un cacaolat y una caña pequeña de cerveza mala vale 6,40€. Un auténtico atraco. ¿Por qué este abuso?":

Probablemente el bueno de Toni no haya vuelto a pedir nada en el Auditorio. Afortunadamente, no todos los lugares donde se sienta a tomar alguna cosa le generan indignación y rabia, sino todo lo contrario. Hay establecimientos que son para él un oasis, un sitio donde te despiertan sensaciones milagrosas que te evocan lo mejor de la gastronomía que conoces. Locales que te convierten en el Anton Ego probando la ratatouille en la mítica película del chef ratón. Y ahora le ha vuelto a pasar cuando ha ido a un restaurante emblemático de la ciudad, el bar restaurante Bauma, en la calle Roger de Llúria de Barcelona. Cuál ha sido la sorpresa de Toni Vall cuando se ha sentado en una mesa de la terraza con un libro, se ha pedido un café con leche y un bocadillito de jamón, y cuando lo ha visto, ha constatado que aún hay gente con principios que hace las cosas comme il faut: "Qué gusto pedir un bocadillo y que el pan esté fregado con tomate y no embadurnado con pestilente tomate rayado. Los clásicos como el Bauma lo son por algún motivo".

Parece un hecho que tendría que ser el pan de cada día, y valga la redundancia. Pero no. Lo que se estila, lamentablemente, en muchos locales, es la barbaridad que critica Vall: aquel tipo de aberración guardado en tuppers, fiambreras y botes que en muchos bares te esparcen por encima de la rebanada de pan sin ningún tipo de impunidad ni sentido del ridículo... Entendemos perfectamente la emoción y la sorpresa de Vall.