El habitual silencio del Palacio de Buckingham se ve interrumpido nuevamente por un aluvión de acusaciones que amenazan con dañar aún más la ya maltrecha reputación de la Casa Real británica. El biógrafo Andrew Lownie ha sacudido los cimientos de la monarquía con su obra “El ascenso y la caída de la Casa de York”, en la que no solo apunta contra el príncipe Andrés, sino también contra la propia reina Isabel II, insinuando que pudo haber sido algo más que una espectadora pasiva de los escándalos.

Lejos de limitarse a los ya conocidos rumores, Lownie pinta un retrato perturbador del duque de York: un hombre obsesionado con el lujo, con hábitos indecorosos y un apetito sexual tan desmedido que habría cruzado el umbral de lo tolerable incluso en el ambiente más permisivo. Pero lo que más sacude a la opinión pública es la posibilidad de que su madre, la soberana más longeva de la historia británica, supiera y consintiera sus excesos.

Escándalos sexuales y cenas con invitadas prohibidas

Según el libro, el príncipe Andrés no solo vivía una vida de desenfreno, sino que lo hacía a plena vista, sin pudor alguno, llevando a mujeres de compañía a cenas en palacio, algunas de ellas descritas como “de pechos generosos”. Lownie asegura que esto no eran episodios aislados, sino parte de una rutina tan descarada que los empleados ya no se sorprendían. El libro también menciona que el príncipe se acostó con más de 1.000 mujeres, lo que refleja un nivel de impunidad y descontrol intenso en su vida privada dentro de la monarquía británica. 

También relata que el hermano del rey Carlos III trataba con desdén al personal, insultando y humillando a quienes cometieran el más mínimo error. Además, les ordenaba recoger pañuelos usados y manchados por sus actos de índole sexual, que dejaba tirados por el suelo de su dormitorio. Y aunque estos comportamientos podrían haber permanecido como simples anécdotas internas, lo que realmente indigna es la acusación de encubrimiento sistemático por parte del palacio, que habría actuado con un silencio calculado para proteger su imagen.

La reina Isabel II lo sabía todo

Pero el libro no se detiene en la vida privada. Lownie apunta a un tema aún más espinoso: las finanzas opacas del príncipe. Entre 2001 y 2011, mientras ejercía como representante especial para el comercio internacional, habría financiado viajes y escapadas personales con dinero público. A esto se suman interrogantes que siguen sin respuesta: ¿cómo pagó Andrés las multimillonarias renovaciones de su residencia oficial? ¿De dónde salió el dinero del acuerdo millonario que cerró el caso con Virginia Giuffre? El biógrafo no duda en señalar conexiones internacionales, sugiriendo que China y Oriente Medio podrían haber tenido un papel clave en los flujos de dinero que alimentaron el tren de vida del duque.

La acusación más polémica de Lownie es clara: la reina Isabel II sabía y permitió que todo ocurriera. “Sabían exactamente lo que estaba pasando. A la gente no le va a gustar, pero la reina estaba conspirando. Al principio pensé que simplemente se había escaqueado. Pero cada vez estoy más convencido de que sabía exactamente lo que estaba pasando y lo permitió”, dijo el experto. El autor también señala que, tras la muerte de Isabel II, la tolerancia hacia el duque ha desaparecido. Tanto el rey Carlos III como el príncipe Guillermo parecen decididos a marcar distancia, cortando los privilegios y dejando al descubierto las grietas internas de una familia que siempre se ha vendido como un símbolo de unidad y rectitud.