Aunque no se le dé una cierta importancia, la filosofía dice mucho de nosotros mismos. Algunos filósofos no iban mal encaminados en sus pensamientos. Seguro que alguna vez te han dicho que esa pareja o esa amistad no te conviene, pero a veces nos ha agarramos a esa persona como un clavo ardiente sin darnos cuenta de la realidad. Platón decía que no debíamos malgastar nuestro tiempo y energía en personas que no están listas porque pueden perpetuar en ciclos de desgaste y frustración. Cambiar a una persona que no desea hacerlo es muy complicado. Es lo que le sucedió con Dionisio II en Sicilia.
Platón intentó en varias ocasiones llevar sus ideas filosóficas a la práctica política viajando a Siracusa, en Sicilia, con la intención de educar a sus gobernantes. El primer intento tuvo lugar en el año 387 a.C., cuando trató de influir en Dionisio I. El choque fue inmediato: la forma autoritaria de ejercer el poder y el estilo de vida del tirano eran incompatibles con los principios del filósofo ateniense. De aquella experiencia solo surgió un fruto claro: Dión, cuñado del gobernante, quedó profundamente marcado por las enseñanzas de Platón.
Tras la muerte de Dionisio I, Platón regresó en 367 a.C. Animado por Dión, aceptó el reto de formar a Dionisio II con la esperanza de convertirlo en el modelo de “rey filósofo” que había teorizado. Al principio, el joven mostró curiosidad y cierta disposición, pero pronto quedó claro que no estaba dispuesto a renunciar a los privilegios ni a someterse a la exigencia personal que implicaba el pensamiento filosófico. La comodidad, el lujo y el entorno de halagos acabaron pesando más que cualquier ideal.
A pesar de las señales evidentes de fracaso, Platón hizo un último viaje en 361 a.C., confiando en la promesa de Dionisio II de tomarse en serio la filosofía. Más tarde, el propio filósofo reconocería que el problema no residía en sus ideas, sino en la falta de voluntad real del gobernante. Dionisio prefería la imagen de sabio antes que el esfuerzo de cambiar. Esta última tentativa acabó de forma abrupta y peligrosa, obligando a Platón a huir para salvar la vida.
No perder esfuerzos en cambiar a una persona que no quiere
Como le sucedió a Platón, muchas personas intentan cambiar al otro, pero realmente no se dan cuenta que esa relación no tiene más recorrido y que es mejor soltar que cambiar, no son relaciones sanas. En la vida de cada uno de nosotros existe un “Dionisio II”, incluso nosotros mismos podemos ser el Dionisio de otra persona, ya sea familiar, amigo o pareja.
Este ciclo, señala el artículo, se observa en situaciones de adicción, abuso emocional, irresponsabilidad financiera o infidelidad, donde la esperanza de que “esta vez será diferente” se impone a la realidad. Según Platón, solo es posible cambiar con motivación interna sostenida y disposición a la incomodidad del crecimiento. Se cambia si uno quiere cambiar, no porque se lo digan los demás.
Detrás de estas relaciones insanas se produce un agotamiento emocional con la repetición de promesas incumplidas. Gastas todas las fuerzas en cambiar a la otra persona o en contentarla.
Para Platón es mejor esforzarse en mejorar uno mismo que en intentar cambiar los demás. Volcar ese esfuerzo en nosotros.
