Picasso revolucionó el arte, inspiró a miles de artistas y plantó cara a los nazis sin moverse de su estudio de París. Se le conocía como un auténtico genio, muy carismático y fiel a su ideología política, muy generoso con sus amigos y las personas que de verdad necesitaban, pero también era una persona muy individualista, testarudo, caprichoso, tiránico y egocéntrico.

Málaga es la ciudad que siempre ha acogido a Picasso con los brazos abiertos y es que es en la ciudad española donde nació Pablo, aunque realmente tiene muchos más nombres, pero no era artístico. En su DNI figuraba Pablo Diego José Francisco de Paula Juan Nepomuceno María de los Remedios Cipriano de la Santísima Trinidad Mártir Patricio Clito Ruiz y Picasso. En aquella época siempre se homenajeaba a los abuelos y al santo del día del nacimiento, pero sus padres parece que quisieron rendir homenaje a todo el árbol genealógico para que no se enfadase nadie. Finalmente se quedó con el principio y el final como nombre artístico.
Pablo Picasso siempre había sido muy humilde y nada caprichoso, especialmente en su alimentación, muy saludable, sin excesos ni azúcar. Aunque su vida dio muchas vueltas, falleció en Francia y vivió en París, nació en España, y su dieta era muy mediterránea. Al final se crió en Barcelona. En su dieta no podía faltar el aceite de oliva, el pan rústico, los quesos, aceitunas, pescado fresco, vino tinto y frutas de estación, como los higos, las uvas o las naranjas. Se adaptó a la cocina provenzal durante el tiempo que vivió en Francia.
Amaba la dieta mediterránea, pero también la provenzal
Sus platos favoritos eran el pan con tomate, al que añadía un poco de ajo, pisto o platos similares al conocido ratatouille, sardinas a la brasa, tortillas, especialmente la de patata, sopas con legumbres o verdura y pechuga de pollo a la plancha.
Picasso comía con moderación, menos cantidades y menos copiosas cuando envejeció. A partir de los 50 empezó a mirar más su alimentación y apostó por una dieta más saludable. Tenía cocineros en su casa de Mougins que le hacían platos rústicos. Prefería almorzar bien y cenar muy ligero para irse a dormir y poder descansar. “Dame pan, vino y una buena silla para pintar. Lo demás es lujo”, decía siempre.
El pintor también dibujaba aquellas comidas en sus cuadrados, pero no era un tema central. Dibujaba escenas de tabernas, cafés y mesas humildes, figuras solitarias comiendo pan o bebiendo vino. También llegó a pintar algunos bodegones con frutas, pescados, copas, botellas o pan.
