En los días más íntimos y desgarradores previos a su muerte, Mario Vargas Llosa encontró las fuerzas suficientes para escribir cartas de despedida a personas significativas en su vida. Lo que pocos sabían —hasta ahora— es que una de esas misivas iba destinada a Isabel Preysler, la mujer con la que compartió ocho años de su vida en una relación que cautivó a la prensa del corazón y al círculo intelectual por igual.
Pero el giro inesperado en esta historia es que la carta jamás llegó a sus manos. Según fuentes próximas al entorno del Nobel, y confirmado recientemente por el periodista Sergio Pérez en el programa ‘Espejo público’, los hijos del autor vetaron rotundamente cualquier intento de contacto con la socialité filipina, incluso después de la muerte del autor peruano. El gesto, cargado de resentimiento y tensiones familiares no resueltas, impidió que Isabel recibiera el que habría sido el último mensaje de despedida de quien fue su último gran amor.
Los herederos, contra Isabel Preysler: ¿venganza silenciosa o defensa del legado Vargas Llosa?
Según se ha revelado, Álvaro, Gonzalo y Morgana Vargas Llosa tomaron una postura unánime: impedir cualquier comunicación entre su padre moribundo e Isabel Preysler. No hubo llamadas, ni visitas, ni mensajes. Y ahora, ni siquiera la carta. Allegados al escritor aseguran que la decisión se basó en el profundo malestar de los hijos con Isabel, a quien acusarían de haber abandonado emocionalmente a Vargas Llosa durante sus años más frágiles.
Sergio Pérez confirmó que la familia se refería a Isabel con un tono despectivo, llamándola “esa señora” y evitando mencionar su nombre incluso en contextos familiares. La contundencia con la que actuaron no deja dudas: hubo una ruptura total que trascendió lo sentimental para convertirse en una guerra por la memoria y el honor del Nobel. En este escenario, la carta de despedida se ha transformado en una especie de reliquia prohibida, atrapada entre el último deseo del escritor y la firme voluntad de sus herederos de mantenerla oculta.
Una carta que nunca será leída: la voluntad ignorada de un Nobel
La ironía es brutal. Mientras la emotiva carta que Vargas Llosa escribió a su nieto Leandro ha sido aclamada como un testamento de sabiduría y amor, la dirigida a Isabel permanece escondida en algún cajón, probablemente bajo el control de quienes deberían proteger sus últimas voluntades. Según las fuentes cercanas, no se trataba de una carta de reconciliación, sino de un cierre emocional, pero incluso ese último deseo fue ignorado.
Este silencio impuesto parece ser la respuesta definitiva a una relación que fue tan mediática como polémica, y que en sus últimos días, se convirtió en un campo de batalla entre afectos divididos. La pregunta que queda flotando es brutal: ¿Qué contenía aquella carta que tanto temen sus hijos? ¿Palabras de cariño? ¿Perdón? ¿Arrepentimiento? Probablemente nunca lo sabremos.
Sin embargo, el hecho de que se le niegue a Isabel Preysler ese último gesto es más que una anécdota triste: es una declaración de guerra emocional. Y en ella, la figura de Mario Vargas Llosa queda atrapada entre el legado literario que deja al mundo y el drama íntimo que marcará su memoria para siempre.