La historia de amor entre Mario Vargas Llosa e Isabel Preysler siempre estuvo envuelta en glamour, escándalo y titulares. Pero detrás de las cámaras y las cenas de lujo, se escondía una verdad desgarradora: el Nobel de Literatura ya sabía que la muerte lo rondaba desde 2020. Aquel verano, en plena pandemia y confinado en la mansión de Puerta de Hierro, el autor de La ciudad y los perros se lo confesó, con crudeza, a la socialité filipina: “Me estoy muriendo”.

La noticia cayó como una bomba en el corazón de Isabel. Mientras las revistas del corazón se deshacían en elogios por la pareja del momento, ella convivía con el miedo silencioso de perder a su pareja, que se enfrentaba a una enfermedad incurable. A pesar de ello, la pareja no canceló compromisos ni se apartó del foco mediático. Vargas Llosa siguió escribiendo, ejercitándose y cumpliendo una rutina férrea, pero el destino ya estaba sellado.

Isabel Preysler vivió con el fantasma de la muerte en casa

Pocas personas lo sabían. La enfermedad, celosamente ocultada a la prensa, se convirtió en el lazo silencioso que unía a la pareja. Sin embargo, en diciembre de 2022, la relación llegó abruptamente a su fin. Para muchos fue una sorpresa, pero para Isabel, el amor ya estaba teñido de despedida. No fue una ruptura motivada por rutina o desamor, sino una consecuencia inevitable de la decadencia física del escritor y su decisión de rodearse, en sus últimos meses, de su “tribu”: sus hijos y su exesposa, Patricia Llosa.

Cuando la muerte finalmente alcanzó al autor peruano el pasado 13 de abril, la madre de Tamara Falcó ya lo presentía. Lo que no esperaba era la fría barrera que los hijos de Vargas Llosa levantarían. Le negaron la posibilidad de despedirse de él, como si su amor no hubiese sido legítimo, como si esos años compartidos no contaran. ‘La reina de corazones’, acostumbrada a dominar la escena sentimental española, quedó excluida del último acto de la vida del Nobel.

Los hijos del Nobel impidieron la despedida de Isabel Preysler

Desde el momento en que recibió el diagnóstico, Mario Vargas Llosa escribió una emotiva carta a sus tres hijos: Álvaro, Gonzalo y Morgana. En ella les comunicó que el final era inevitable, aunque aún podían ganar tiempo. La misiva no solo fue una advertencia, sino una estrategia para recuperar la cohesión familiar. Tras años de distanciamiento —provocados por su relación con Isabel—, el clan Vargas Llosa volvió a cerrarse como una muralla. Aquella unión renovada dejó fuera a Preysler.

Durante los últimos meses, mientras el escritor se retiraba discretamente de la vida pública y se refugiaba en sus memorias y sus libros, ella observaba desde lejos, sin poder acercarse. La mujer que compartió con él risas, viajes, cenas privadas y momentos de inspiración, fue dejada al margen. Ni una llamada. Ni una visita. Solo silencio. La muerte de Mario Vargas Llosa no fue, para Isabel Preysler, una noticia inesperada. Fue una herida que se fue abriendo lentamente desde aquel verano en el que él le dijo la verdad. Sin embargo, lo que más dolió no fue la pérdida, sino el veto final. El no haber podido tomar su mano, mirarlo a los ojos y cerrar el capítulo con dignidad.