Pocas cosas sorprenden ya en el mundo de las celebridades, pero cuando se trata de Lady Gaga, la reina de las excentricidades, las historias siempre parecen superar la ficción. Ahora, un episodio del pasado vuelve a dar de qué hablar: durante su gira The Monster Ball, la cantante habría pagado a su entonces asistente, Jennifer O’Neill, para que durmiera a su lado, simplemente porque “no quería dormir sola”. La confesión, que formó parte de una demanda por una suma considerable, dejó al descubierto el lado más extravagante y oscuro de la vida de las estrellas internacionales.

Según O’Neill, trabajar para la artista era una experiencia agotadora que no terminaba nunca. Pero su cercanía a Gaga no era solo profesional: debía acompañarla día y noche, incluso compartiendo la cama en alojamientos durante la gira, lo que significaba renunciar por completo a su intimidad y descanso. Según relata, era como si todo eso fuera parte del paquete laboral; de hecho, fue la única del staff a la que jamás se le asignó una habitación individual ni se consideraron sus necesidades. "No tenía privacidad, ni oportunidad de hablar con mi familia o mis amigos, ni de tener sexo si quería. No tenía posibilidad de hacer nada", denunció la exasistente, quien describió aquel periodo como una mezcla de esclavitud moderna y surrealismo puro.

Lady Gaga y el límite de las excentricidades de las estrellas

La demanda, que ascendía a 390.000 dólares por horas extra impagadas, reveló cómo las funciones de una asistente personal pueden transformarse en algo más parecido a un contrato de sumisión que a un empleo formal. Según O’Neill, las tareas iban desde recordarle medicinas y cambiar un DVD a medianoche, hasta conseguirle comida de madrugada sin importar en qué ciudad estuvieran. Todo esto, con un sueldo anual de 75.000 dólares, que, aunque suene alto, no incluía las interminables horas extra ni los sacrificios personales.

Las declaraciones de Lady Gaga tampoco ayudaron a calmar la tormenta. En lugar de empatizar, la artista adoptó un tono condescendiente que indignó al público. En un momento de la declaración, Gaga calificó a O’Neill como una “f---ing hood rat” ('una puta rata de barrio') que la estaba demandando por dinero que, según ella, no merecía. La intérprete de "Poker Face" afirmó que O’Neill merecía el salario acordado, pero no un centavo más. Asimismo, también comentó con ironía que su ex asistente dormía todas las noches en sábanas de algodón egipcio, dormía en hoteles de cinco estrellas, viajaba en aviones privados, comía caviar, salía de fiesta a los lugares más exclusivos y usaba su ropa y descuentos en tiendas de lujo sin permiso.

Trabajar para una superestrella: ¿privilegio o sacrificio?

Finalmente, el caso no llegó a juicio porque ambas partes llegaron a un acuerdo de conciliación fuera de los tribunales, aunque los detalles de dicho convenio nunca se hicieron públicos. No obstante, este escándalo no solo puso a Lady Gaga en el centro de la controversia, sino que también provocó un análisis sobre las exigentes y, a veces, extremas condiciones laborales que enfrentan quienes trabajan para figuras prominentes del mundo del espectáculo. Lo que para algunos puede parecer un trabajo de ensueño —viajar por el mundo y convivir con una superestrella—, para otros se convierte en un martirio donde se difumina cualquier frontera entre la vida personal y profesional.