Desde que Isabel Pantoja decidió poner en venta Cantora y trasladar su vida a Madrid, la emblemática finca de Medina Sidonia ha quedado sumida en el abandono. Lo que durante años fue hogar y refugio de la tonadillera y su familia, ahora muestra un aspecto desolador que preocupa especialmente a Kiko Rivera, propietario de parte de la propiedad y guardián de un legado familiar que se desvanece. 

Durante décadas, Cantora albergó historias y recuerdos de una de las dinastías más célebres del panorama artístico español. Sin embargo, el elevado coste de mantenimiento de la finca, unido al imparable ritmo de actuaciones de Isabel Pantoja, llevó a la artista a tomar la difícil decisión de colgar el cartel de “se vende” y mudarse a la capital. Lo que en un primer momento parecía un cambio pasajero, con rumores constantes de posibles compradores interesados, se ha convertido en un vacío administrativo y físico que agrava la decadencia del recinto. 

Isabel Pantoja
Isabel Pantoja

Las consecuencias de DANA 

El pasado mes de octubre, la DANA que azotó buena parte de Andalucía provocó inundaciones en Cantora y acentuó los daños estructurales. Desde entonces, nadie ha asumido la responsabilidad de drenar canales ni controlar las filtraciones, y las paredes comienzan a mostrar huellas de humedad que amenazan su estabilidad. Para Kiko, acostumbrado a pasar largas temporadas en la finca durante su infancia, ver cómo se desploma el patrimonio de su familia supone un dolor doble: la nostalgia de los días felices y la impotencia ante la dejadez. 

El descuido de Cantora 

Hoy, el acceso principal de Cantora está invadido por maleza y arbustos sin podar. Los senderos que antaño recorría con su madre y su tío están cubiertos de hierbajos que, alentados por las lluvias y el calor, han crecido sin control. El canto de los grillos y el rumor de las ramas chocando contra los muros se mezclan con el eco de las pintadas que Isabel nunca llegó a borrar, recordatorio silencioso de un abandono que avanza sin freno. 

Las rejas de hierro forjado, otrora imponentes, lucen hoy oxidadas y combadas por los embates del sol. Placas de pintura desconchada y fragmentos de metal caídos delatan el paso del tiempo. Algunos de los goznes de las puertas principales están tan erosionados que abrirlas y cerrarlas se ha convertido en una hazaña mecánica. En su papel de copropietario, Kiko Rivera ha manifestado su voluntad de reparar estas estructuras, pero hasta ahora la finca carece de un administrador que coordine las labores de emergencia. 

Kiko Rivera
Kiko Rivera

En el interior, los caminos asfaltados presentan grietas profundas y baches. El asfalto, agrietado por los ciclos de frío y calor, se acomoda a lomos de la tierra y deja al descubierto raíces secas y hojas amarillentas. Allí donde antes brotaban los azahares y los naranjos cuidados por jardineros de confianza, solo sobrevive un pequeño campo de girasoles cuyo esplendor parece obra de un vecino benevolente que cultiva una parcela contigua. Para Kiko Rivera, esa isla floral simboliza la esperanza de un renacer tardío en medio del desamparo.