Joaquín Sabina ya no necesita escenarios para sentirse vivo. Su refugio está en pleno centro de Madrid, en un dúplex de 300 metros cuadrados que es puro Sabina: desordenado, bohemio, lleno de vida y con más historia que muchos museos. Y lo curioso es que su gran amigo Joan Manuel Serrat tuvo mucho que ver en cómo quedó. Fue él quien le recomendó al arquitecto que transformó el piso en un rincón tan creativo como el propio cantautor.
El edificio, de esos con techos altos y suelos de madera, es una joya del casco antiguo madrileño. Pero dentro, nada de minimalismo ni tonos neutros. Aquí manda el caos ordenado de Sabina. En la entrada te topas con alfombras de colores, muebles viejos pero con historia y algún que otro cuadro provocador. Cada pared cuenta una anécdota, y cada objeto parece haber sido rescatado de un viaje o de una madrugada inolvidable.

Así es el dúplex de Joaquín Sabina en el centro de Madrid
El salón es el centro neurálgico del hogar. Una enorme biblioteca cubre toda una pared, repleta de libros, discos, fotografías y recuerdos de gira. Hay luces de neón, una guitarra apoyada en el sofá y hasta alguna figura religiosa mezclada con botellas vacías de vino. En medio, un sillón de cuero gastado, testigo de noches eternas de charla con amigos, escritores y músicos.
Pero no todo es decoración. En la planta de arriba está su estudio de grabación, donde Sabina sigue componiendo. Tiene micrófonos, guitarras, papeles con letras a medio escribir y una mesa que parece haber sobrevivido a varias giras mundiales. Es su pequeño templo musical, donde las ideas se convierten en canciones entre un cigarro y otro.
Una vivienda muy bohemia que ayudó a diseñar Joan Manuel Serrat
La mano de Serrat se nota. El catalán, que conoce bien a su amigo, sabía que Sabina no quería un piso moderno, sino un refugio con alma. Por eso insistió en elegir a un arquitecto capaz de capturar esa mezcla de melancolía, humor y caos tan suya. Y vaya si lo consiguió: el dúplex parece un retrato tridimensional del propio Sabina.
Allí vive junto a Jimena Coronado, su compañera desde hace años. Ella ha aportado un poco de orden, aunque sin borrar el espíritu bohemio que domina la casa. Entre pósters de giras, cuadros de artistas latinoamericanos y una mesa de billar en medio del salón, el hogar respira arte y vida.

Hoy, ese dúplex no es solo su casa. Es su refugio, su taller y su memoria. Un lugar donde Joaquín Sabina sigue siendo él mismo: irreverente, poético, sentimental y genial, incluso cuando no hay público aplaudiendo.