Joan Manel Serrat ha bajado el telón. A sus 81 años, el cantautor catalán decidió poner fin a una carrera de más de seis décadas sobre los escenarios. Se despidió sin tristeza, con serenidad, convencido de que ha llegado el momento. Durante 60 años, su voz fue parte de la banda sonora de varias generaciones. Canciones como “Mediterráneo”, “Fiesta” o “El niño yuntero” seguirán sonando como himnos atemporales. El año pasado recibió el Premio Princesa de Asturias, un reconocimiento a toda una vida dedicada al arte y a la palabra.

Pero Serrat no se considera un jubilado cualquiera. No le gusta el término. Lo asocia con ser apartado, con convertirse en “un trasto viejo”, como él mismo ha dicho. En una entrevista para la BBC, confesaba: “Al llegar a los 80 años, esta sociedad ingrata tiene la tendencia no solo a permitir que uno se jubile, sino a jubilarlo obligatoriamente”. Se rebela contra esa idea. Se siente vivo, útil, lleno de energía. “Tengo todas las ganas de vivir y no me las van a quitar”, sentencia.

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Joan Manel Serrat recibe el Premio Princesa de Asturias

En la nueva vida de Joan Manuel Serrat reina la calma y el silencio

Serrat no canta ya sobre un escenario, pero sigue creando, pensando, sintiendo. Dedica más tiempo a sí mismo, a su familia y a sus pequeñas pasiones cotidianas. En su casa de Vallcarca, en Barcelona, pasa los días leyendo, paseando y dando de comer a los pájaros que visitan su terraza. “Son placeres sencillos, pero enormes”, ha dicho en alguna ocasión. Disfruta del silencio, de la calma, de observar cómo la luz se posa sobre los árboles del cercano Park Güell, una joya de Gaudí que siempre le ha fascinado.

El artista sigue siendo un observador del mundo. Reflexiona sobre los tiempos que corren, que califica de “recios”, y lamenta que la sensibilidad y la solidaridad parezcan haber desaparecido. Para él, la jubilación no es una retirada, sino una nueva forma de estar en el mundo. “He escrito canciones, las he cantado y las he compartido. Ahora toca empujar otros carros”, comentaba con ironía.

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Joan Manel Serrat

Entre Barcelona y Menorca

Hace poco más de un mes, Serrat volvió a aparecer en público para recibir el Premio Cortes de la Real Isla de León, en San Fernando (Cádiz). El galardón reconoce a quienes han defendido los valores de la democracia y la libertad. En el acto, se mostró sonriente, tranquilo, satisfecho. “Me siento extraordinariamente feliz con mi vida actual”, declaró ante los medios.

Aunque reside en Vallcarca, Serrat siempre ha estado muy ligado a su barrio natal, el Poble-sec. Sus calles, sus bares y su gente han sido fuente de inspiración constante. En ellas aprendió las primeras lecciones de vida que luego transformó en versos.

Y cuando necesita desconectar del todo, huye a su refugio en Maó, Menorca, frente al mar. Allí pasa largas temporadas, en una casa sencilla, sin lujos. Se levanta temprano, observa el amanecer y escucha el sonido de las olas. Ya no hay giras, ni ensayos, ni focos. Solo el mar, los libros y los pájaros. Serrat ha cambiado los escenarios por los amaneceres, y las multitudes por el silencio.