Isabel Pantoja y su hijo Kiko Rivera llevan meses encerrados en una espiral de desencuentros que ha convertido la finca de Cantora en epicentro de una disputa familiar y económica. Hasta hace poco, cualquier intento de acercamiento entre ambos se topaba con el silencio más absoluto, haciendo imposible un diálogo directo. Ni siquiera coincidieron en el acto público que ambos tenían en Castellón, a pesar de que, por casualidad, el DJ actuó cerca de donde la tonadillera reapareció tras una baja médica, dejando patente que la relación continúa estancada en un punto muerto.
La relación entre madre e hijo complican las negociaciones
La urgencia económica de Isabel ha llevado a la cantante a plantear la venta de Cantora como fórmula para saldar deudas y superar la situación financiera que la ha tenido al borde del abismo. Según avanzó Antonio Rossi, el precio de salida se sitúa en torno a los cuatro millones de euros, con un fondo inversor interesado en convertir la parcela en un hotel rural. De concretarse, supondría un giro radical en la vida de la artista, que vería cómo su “jaula de oro” se convierte en un proyecto de hospedaje destinado a generar liquidez inmediata.
Sin embargo, la rigidez del vínculo personal entre madre e hijo impide que puedan sentarse a negociar cara a cara. Para sortear este obstáculo, Pantoja ha recurrido a intermediarios de confianza dentro de su entorno. Estos emisarios han sido los encargados de transmitir a Kiko las condiciones de la operación y, al mismo tiempo, el deseo de la cantante de tender puentes afectivos. El uso de mensajeros profesionales y amigos comunes ilustra la desconfianza mutua y la necesidad de preservar las formas, aunque la comunicación fluya a través de terceros.
Desde la parte de Kiko Rivera, las exigencias han sido claras: no está dispuesto a asumir el grueso de la deuda hipotecaria que arrastra el inmueble, pese a que su madre le haya ofrecido comprarle su porcentaje —un 47,6%— por dos millones de euros siempre que aceptara también la proporción de las cargas financieras que Isabel heredó de Paquirri. El DJ ve esta condición como un riesgo difícil de aceptar, por lo que hasta ahora ha rechazado la oferta, profundizando así la distancia emocional y generacional entre ambos miembros de la familia Pantoja-Rivera.
Desean explorar soluciones creativas
En paralelo al proceso de venta, el programa Informalia ha detallado que madre e hijo han mantenido ya contactos —si bien aún fragmentados— para discutir el futuro de Cantora y cómo dividir las funciones de gestión en caso de no venderla. Según fuentes de El Economista, ambas partes valoran fórmulas alternativas: que uno se quede con la propiedad y el otro con la deuda; inscribir la finca como parte de un proyecto audiovisual; o incluso alquilar los espacios para eventos. Este contexto de negociación refleja que, pese al frío inicial, hay ganas de explorar soluciones creativas que vayan más allá de la simple transacción inmobiliaria.
En definitiva, la mediación de Isabel Pantoja y Kiko Rivera a través de terceras personas se ha convertido en el hilo conductor de una negociación compleja que mezcla reconciliación y salvación patrimonial. A falta de un encuentro cara a cara, el uso de mensajeros de confianza y el lanzamiento de señales afectivas desde el entorno de Pantoja podrían resultar clave para estrechar lazos y cerrar un proceso que, en esencia, apunta a reparar la grieta familiar que amenaza con dejar atrás uno de los legados más emblemáticos de la copla y la música popular española.