Durante décadas, su rostro ha quedado congelado en la memoria colectiva como el de aquel niño frágil y valiente que se atrevía a desafiar al mundo subido a una bicicleta. Henry Thomas tenía solo diez años cuando Steven Spielberg lo eligió para dar vida a Elliot en E.T., el extraterrestre. Bastaron unas pocas escenas para convertirlo en un icono global y en uno de los niños más reconocibles del cine de los años ochenta. El problema es que la fama llegó demasiado pronto… y se quedó demasiado tiempo.

E.T., el extraterrestre

De la noche a la mañana, su infancia dejó de ser normal. Pasó de hacer los deberes y jugar con amigos a vivir rodeado de focos, entrevistas y miradas constantes. En el colegio ya no era un niño más: era “el de E.T.”, una etiqueta que lo perseguía dentro y fuera del aula. Con el tiempo confesaría que lo único que deseaba era pasar desapercibido, tener amigos de verdad y vivir una niñez corriente. Pero ese deseo nunca llegó a cumplirse del todo. La popularidad precoz le arrebató algo que no se recupera: la sensación de anonimato.

Henry Thomas se vio inmerso en el infierno 

Aunque siguió trabajando en cine, su carrera nunca logró desprenderse de aquella sombra alargada. En Europa, incluso, su nombre quedó diluido bajo el de su personaje, hasta el punto de que algunos títulos se comercializaron explotando directamente la nostalgia. Durante los noventa participó en producciones relevantes y compartió reparto con grandes estrellas, pero rara vez fue reconocido por su talento adulto. Hollywood parecía no saber qué hacer con él.

Buscó otros caminos: televisión, música, composición, proyectos independientes. Su trayectoria fue irregular, marcada por intentos constantes de reinventarse. El verdadero punto de inflexión llegó muchos años después, cuando el terror contemporáneo y las plataformas digitales le ofrecieron una segunda oportunidad. De la mano de Mike Flanagan, Henry Thomas encontró un espacio donde demostrar madurez interpretativa y profundidad emocional, alejándose por fin del recuerdo infantil que lo había encasillado durante décadas.

Sin embargo, su vida personal volvió a colocarlo en el centro de la polémica. En 2019 protagonizó un episodio complicado que evidenció que las heridas del pasado no estaban del todo cerradas. Aquella imagen pública dañada contrastaba dolorosamente con el recuerdo tierno que muchos conservaban de él.

Con el tiempo, Thomas ha aprendido a convivir con su historia. No reniega de Elliot, pero tampoco vive anclado en él. Su reencuentro simbólico con E.T. en un anuncio navideño fue algo más que un guiño nostálgico: fue una forma de cerrar un círculo, de reconciliarse con el niño que fue y con el adulto que ha logrado ser. Porque, a veces, sobrevivir a una infancia demasiado brillante es el mayor reto de todos.