La historia de Cristina Pedroche comienza lejos de las cámaras. Muy lejos. Comienza en Vallecas, en un barrio donde la vida se aprende deprisa y donde la cultura del esfuerzo no es un lema, sino una necesidad. Allí creció una niña que aún no sabía que un día se convertiría en una de las caras más reconocibles de la televisión y en la reina indiscutible de las Campanadas. Pero antes de los focos, hubo sacrificio y trabajo duro.
Lo recuerda con mucho cariño. “Vengo de una familia humilde”, ha repetido muchas veces. Sus padres, como ella misma dice, eran “hormiguitas que guardaban dinero”. Siempre prudentes. Siempre previsores. Su padre pasó por momentos complicados, incluido el paro. Su madre trabajaba como limpiadora en un colegio. En casa no sobraba nada, pero nunca faltó lo esencial. Y siempre, siempre, se respiró dignidad.

Cristina Pedroche recuerda con orgullo sus orígenes humildes
Esa infancia marcó su carácter. Le enseñó a valorar las cosas. A entender que para tener algo hay que ganárselo. Por eso, con solo 16 años, Cristina Pedroche comenzó a trabajar. Fue camarera. Fue modelo. Lo hizo porque quería sus propios caprichos. Porque si su madre solo podía comprarle un vaquero y ella quería tres, sabía que debía pagarse los otros dos.
Su camino académico siguió otra ruta. Se licenció en Administración y Dirección de Empresas. Estudió también Turismo. Nada apuntaba a la televisión. Nada anticipaba lo que vendría. Pero el destino tiene sus propios planes. Su trabajo como modelo la acercó al mundo audiovisual. Sus ganas hicieron el resto. Y en 2010 llegó el salto: el programa ‘Sé lo que hicisteis…’. Y con él, la popularidad.

Eternamente agradecida a sus padres
En esa etapa, su familia volvió a ser clave. Su padre, Paco, la llevaba a todos lados. Era su chófer improvisado. Su apoyo diario. Su madre, la que siempre le hacía la compra. La que jamás le pedía nada a cambio. La que seguía cuidándola incluso cuando el país entero ya sabía quién era Cristina Pedroche.
La vida dio un giro aún mayor en 2014, cuando conoció a Dabiz Muñoz. Fue un punto de inflexión. Un año después se mudaron juntos. Su vida cambió de ritmo, de barrio y de paisaje. En 2017 se casaron en una ceremonia sencilla, casi improvisada, en vaqueros y zapatillas. Después él se fue a trabajar. Ella se fue a casa de sus padres a comer ensalada de pollo y bizcocho de chocolate. Sencillez en estado puro.
Hoy viven en La Finca, uno de los lugares más exclusivos de Madrid. Tienen dos hijos, Laia e Isai. Y aun así, Cristina sigue recordando Vallecas. Sigue mencionando a sus padres. Sigue agradeciendo a esas “hormiguitas” que lo dieron todo por ella. Porque, aunque ahora viva rodeada de éxito, nunca ha olvidado de dónde viene. Y ese, quizá, es su mayor secreto.