Aunque muchas personas no crean en las maldiciones, lo cierto es que en ocasiones se hacen realidad. Y si no que se lo pregunten a los miembros de la familia real de Mónaco, que se encuentra viviendo otro episodio triste y negro protagonizado por Alberto II y Charlene, como si fuera otro capítulo del libro de la maldición de los Grimaldi.

Cuenta la leyenda que corría el siglo XIII cuando nació dicha maldición. En aquella época el Príncipe Rainiero I secuestró a una mujer flamenca, en un acto que no debería haber llevado nunca a cabo. Porque aquella mujer, tras los sucesos, maldijo a Rainiero y a sus descendientes. “Nunca un Grimaldi encontrará la felicidad en el matrimonio”, cuenta la historia que le dijo aquella mujer. Y lo cierto es que la felicidad en los matrimonios de los descendientes de la familia real de Mónaco ha brillado por su ausencia.

La maldición de los Grimaldi se cobra algunas víctimas

En este sentido, cabe recordar las muertes de la princesa Grace y de su yerno, Stefano Casiraghi. Ella en un accidente de coche. Él en un accidente con una embarcación. Y tampoco hay que olvidar los divorcios de  la Princesa Caroline y Princesa Estefanía separadas de sus respectivos por presuntos affaires de ellos fuera del matrimonio.

Una maldición de la que Alberto II ha intentado  huir a toda costa. Tanto como para hacer firmar un contrato a su esposa, Charlene, en la que obligaba a la ex nadadora a permanecer en la familia real a cambio de 12 millones de euros al año.

Charlene de Mónaco EFE
Charlene de Mónaco EFE

Charlene y Alberto II también sufren la maldición de los Grimaldi

Y sí, el dinero ha servido para mantener la validez del matrimonio. Pero la felicidad solo está presente en la cuenta corriente de Charlene que, aunque de cara ala opinión pública sigue cono Alberto II, se encuentra instalada en Suiza y separada de su marido.

Asimismo, parece que Alberto II presentía que, por mucho contrato que firmara, la maldición de los Grimaldi podría estar todavía muy presente. De  ahí la cláusula del contrato que exigía que los hijos de la pareja, los gemelos Jacques y Gabriella, permanecerían en Mónaco si Charlene decidía instalarse lejos de palacio.