Aunque el rey emérito lleva más de cinco años viviendo fuera del país, su figura sigue generando movimientos estratégicos entre la Casa Real y el Gobierno. Y no es para menos: su delicado estado de salud y su residencia permanente en el extranjero han activado todas las alarmas institucionales. Tanto es así que Zarzuela y Moncloa ya tendrían acordado un protocolo para gestionar su fallecimiento si este se produce lejos de territorio español.
No se trata solo de un trámite logístico, sino de una operación que toca lo simbólico, lo político y lo mediático. La idea es clara: evitar improvisaciones, tensiones o polémicas en un momento tan delicado. El plan contempla cómo trasladar sus restos, cómo organizar un acto fúnebre en España y qué tipo de comunicación se ofrecerá al público. Todo medido al milímetro, para garantizar sobriedad sin glorificaciones excesivas.

Lo que se busca es un equilibrio difícil: reconocer su papel institucional durante décadas sin reabrir heridas del pasado reciente. Porque, aunque hace tiempo que el emérito dejó de tener presencia oficial, su muerte sigue siendo un tema sensible que podría provocar reacciones muy diversas.
Un funeral sin margen para errores
Según este protocolo, el traslado del cuerpo sería gestionado por medios del Estado, con un regreso discreto pero con los honores justos. En cuanto al funeral, se celebraría en territorio nacional, probablemente con una ceremonia sobria, limitada en asistentes y sin una gran exposición pública. El tono del acto será contenido, sin exaltaciones, buscando cerrar una etapa sin remover demasiado.
Detrás de todo esto hay una estrategia de contención institucional. Tanto la Casa Real como el Gobierno quieren evitar que el fallecimiento del emérito se convierta en un campo de batalla política o mediática. No habrá espontaneidad, ni discursos improvisados. Todo está pensado para que el proceso sea rápido, medido y bajo control.
Esta planificación refleja cómo, incluso desde la distancia, la figura de Juan Carlos I sigue teniendo un peso importante en la arquitectura institucional. Su legado está lejos de estar cerrado, y su despedida, cuando llegue, será gestionada con pinzas.
Si muere fuera de España, no habrá sorpresas. Todo está preparado para que ese capítulo se pase de puntillas. Sin estridencias. Sin desbordes. Con guion cerrado y final escrito de antemano.