La noticia ha caído como una bomba en los pasillos del Palacio de Buckingham: el príncipe Harry habría valorado la posibilidad de adoptar el apellido Spencer, el apellido materno que simboliza no solo la memoria de Diana de Gales, sino también una expresión de resistencia frente a la familia Windsor. La información, publicada inicialmente por el Daily Mail y reforzada por The Guardian, apunta a un conflicto mucho más profundo que simples trámites administrativos. Lo que parece una decisión burocrática es, en realidad, un grito de identidad de un hombre que lleva años librando una batalla interna.

Harry, que en los últimos años ha estado bajo el escrutinio público por su renuncia a sus deberes reales y su posterior mudanza a Estados Unidos con Meghan Markle, habría llegado a un punto de ruptura. La chispa que encendió esta crisis de apellido estaría relacionada con las reiteradas demoras en la emisión de pasaportes británicos para sus hijos, Archie y Lilibet. ¿Simple obstáculo administrativo o algo más? Según fuentes cercanas, la situación apunta a lo segundo.

Harry contra la maquinaria real: pasaportes bloqueados y títulos reales en el limbo

Los medios británicos aseguran que los retrasos en la documentación oficial de sus hijos no fueron casuales, sino más bien una maniobra dilatoria impulsada por la ambigüedad legal que rodea los títulos de los pequeños Sussex. Si bien Archie y Lilibet son príncipes por derecho tras la ascensión de Carlos III al trono británico tras la muerte de Isabel II, algunos sectores del aparato monárquico habrían tratado de frenar esta realidad utilizando tácticas burocráticas.

La fuente citada por The Guardian revela que Harry se sintió “exasperado” al ver cómo durante cinco meses se multiplicaban las excusas: problemas técnicos, errores del sistema, negativas veladas... Todo, mientras sus hijos quedaban atrapados entre dos mundos: el de una familia real que les niega su espacio y el de una nación que no los reconoce como ciudadanos plenos. Fue entonces cuando Harry, en una conversación confidencial con su tío Charles Spencer, tanteó la posibilidad de adoptar el apellido de su madre. “Se supone que mi familia debe llevar el mismo apellido, pero lo impiden porque los niños son legalmente altezas reales. Así que, si llega el momento, si esto estalla y no permiten que los niños se llamen Sussex, ¿podemos usar Spencer como apellido?”, habría dicho con tono desafiante.

El apellido Spencer: un símbolo de ruptura definitiva con los Windsor

Cambiar el apellido a Spencer sería una decisión explosiva, no solo en el plano legal, sino en el emocional. Implicaría rechazar públicamente los apellidos Mountbatten-Windsor, una afrenta directa a la memoria institucional de la Corona. Pero para Harry, también representaría una forma de rendir homenaje a su madre, Diana, y cortar amarras con la estructura que, según él y Meghan, los abandonó a su suerte tras el acoso mediático.

La tensión con su padre, el rey Carlos III, sigue siendo evidente. No es casualidad que esta polémica surja después de que se hiciera oficial que a Harry no se le devolverán sus títulos militares, ni se le permitirá representar a la Corona ni siquiera en funciones humanitarias. En este contexto, cabe preguntarse: ¿quién es Harry hoy? ¿Un príncipe en el exilio, un padre indignado o un hombre perdido entre dos mundos? La respuesta no es sencilla. Su insistencia en defender el título de sus hijos contrasta con su deseo de alejarse del legado Windsor, y esa dualidad lo convierte en una figura tan polémica como trágica.