Desde que Letizia Ortiz entró en la Casa Real, uno de sus mayores temores fue que su pasado saliera a la luz. No por algo ilegal, sino por algo mucho más íntimo: la vergüenza. Vergüenza de sus orígenes humildes, de sus raíces obreras y de una familia que no encajaba en el ideal aristocrático que rodeaba a la monarquía española.

Quienes la conocieron antes de convertirse en reina aseguran que Letizia tenía una obsesión por ocultar su entorno familiar. No hablaba de su abuelo Paco Rocasolano, taxista en Oviedo y con simpatías comunistas, ni de su abuela Enriqueta Rodríguez, costurera y ama de casa. Eran, simplemente, parte de una vida que quería dejar atrás. En los primeros meses de su relación con Felipe de Borbón, apenas mencionaba sus apellidos. Temía que las diferencias sociales pesaran más que los sentimientos.

Paco con Letizia y Felipe
Paco con Letizia y Felipe

La reina Letizia sentía vergüenza de sus orígenes

Según relata Jaime Peñafiel en su libro Los silencios de Letizia, la actual reina llegó a ocultar información sobre su familia incluso al propio Felipe VI. Tampoco los reyes eméritos, Juan Carlos y Sofía, conocieron desde el principio los detalles: que su madre, Paloma Rocasolano, había sido sindicalista de izquierdas, o que su padre, Jesús Ortiz, trabajó como técnico de radio. Aquello no sonaba a palacio. Y Letizia lo sabía.

Con el tiempo, esa inseguridad se transformó en una especie de política personal de control. Todo lo que pudiera empañar su imagen quedaba fuera. Y eso incluyó a sus propios abuelos. Ni Paco ni Enriqueta fueron invitados a los actos oficiales, ni siquiera cuando su nieta se convirtió en princesa de Asturias. “No quería que los vieran. Pasaba vergüenza”, asegura una fuente próxima a su entorno familiar.

Enriqueta
Letizia con Enriqueta

Vetados en el Día de la Hispanidad

Esa distancia se hizo especialmente visible en acatos institucionales, incluidos los del 12 de octubre, durante el Día de la Hispanidad. Mientras la familia real ocupaba su lugar en la tribuna, Paco y Enriqueta seguían el desfile desde su casa. ¿Orgullosos? Es posible, pero desde la distancia. Querían verla, acompañarla, compartir su éxito. Pero Letizia temía que su presencia generara comentarios o titulares sobre su origen modesto.

A lo largo de los años, esa exclusión se repitió en otros actos institucionales. Ni cumpleaños, ni recepciones en Zarzuela, ni celebraciones familiares. Letizia marcó una línea clara: la familia real de un lado, y la suya del otro. Su afán por encajar en el protocolo y proyectar una imagen perfecta acabó por borrar casi toda huella de su pasado.