Leonor de Borbón está atravesando uno de los momentos más delicados de su vida. A sus 20 años, la heredera al trono de España afronta su último año de formación militar en la Academia del Aire de San Javier, en Murcia. Un paso obligatorio para convertirse en la futura jefa de las Fuerzas Armadas, un título que hasta ahora solo ostentan Felipe VI y el rey emérito Juan Carlos I. En unos meses, la princesa completará su formación en los tres ejércitos —Tierra, Mar y Aire— y estará oficialmente preparada para reinar. Pero detrás de su impecable disciplina y su sonrisa controlada, Leonor vive una etapa personal mucho más turbulenta de lo que deja ver.

Quienes la conocen aseguran que la princesa nunca ha disfrutado realmente de la vida militar. Es consciente de que es una obligación, una parte más de su deber como futura reina, pero su vocación está en otro lugar. Sueña con estudiar en la universidad, con tener una vida algo más libre, con poder ser simplemente una joven de su edad. Sin embargo, el destino que le marcó su apellido pesa, y Leonor lo acepta con una serenidad admirable.
Los amores de Leonor en su formación militar la traicionan
Su paso por las academias militares ha dejado mucho más que medallas. En Zaragoza, durante su formación en el Ejército de Tierra, se la vio por primera vez sonreír a un joven cadete muy apuesto. Fue un simple tonteo, una amistad especial que no pasó a mayores. Pero en Marín, con la Armada, la historia fue distinta. Allí conoció a un compañero de curso, un guardiamarina madrileño de familia acomodada, brillante y encantador, que parecía tenerlo todo. Juntos compartieron largas jornadas en el buque escuela Juan Sebastián Elcano, durante su travesía por Latinoamérica. Se les vio cómplices en Uruguay, en una playa de arena blanca, y también bailando en un festival en Brasil. Era la primera vez que la princesa mostraba una conexión emocional tan visible.
Pero la ilusión se rompió pronto. Según fuentes cercanas a su entorno militar, fueron precisamente algunos compañeros de San Javier y antiguos colegas de Marín quienes le abrieron los ojos. El joven no estaba con ella por amor, sino por ambición. Se jactaba en privado de haber conquistado a la futura reina, de ser “el elegido”. Sus intenciones eran tan claras que los rumores llegaron hasta los oídos de Leonor, y más tarde, de sus padres.
Felipe y Letizia, preocupados por el daño emocional que podía causar a su hija, intervinieron discretamente. Leonor, dolida y decepcionada, decidió poner fin a la relación. Fue un golpe duro, porque realmente estaba enamorada. A partir de entonces, ha decidido centrarse en sus estudios y mantener su vida privada bajo llave.
Esta traición, aunque dolorosa, la ha hecho más fuerte. Leonor aprende que no todos los que se acercan lo hacen con buenas intenciones. En San Javier, sus compañeros la protegen y la arropan. Ella sigue adelante, cumpliendo su deber con una madurez que sorprende. Sabe que su destino no admite distracciones, y que el amor, para una futura reina, nunca será un asunto sencillo.
