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La situación de Juan Carlos I preocupa más que nunca. En los últimos días, su entorno más cercano ha confirmado lo que ya se intuía: el estado del rey emérito se ha deteriorado de forma visible. “No está bien. Le han hecho pruebas. Hay miedo”, aseguran personas de su círculo cercano.
Con 87 años recién cumplidos, el padre de Felipe VI vive marcado por la enfermedad, la falta de movilidad y un cansancio que no consigue superar. Ya no es aquel monarca que cazaba, navegaba y presidía actos oficiales. Ahora es un hombre frágil, dependiente de terceros y atrapado en una rutina dominada por los cuidados médicos.
Los últimos exámenes revelan un cuadro nada alentador. Los problemas de artrosis severa han empeorado. Su pierna izquierda está prácticamente inmóvil. Los dolores son continuos y apenas encuentran alivio con la medicación. A esto se suman los trastornos nocturnos: el emérito necesita dispositivos hospitalarios para dormir y, en ocasiones, debe recurrir a pañales. Una situación humillante para quien un día fue símbolo de poder y vitalidad.
En su residencia adaptada en Portugal, la vida gira en torno a la asistencia constante. Hay baños adaptados, sillas especiales, barras de apoyo. Un equipo de médicos y asistentes personales se turna para ayudarle a vestirse, asearse o moverse por la casa. Cada gesto cotidiano depende ya de otras manos. El contraste con su pasado resulta demoledor.
Su soledad tampoco ayuda. Desde que abandonó España en 2020, primero en Abu Dabi y después en Cascáis, ha vivido en un exilio que se parece más a un castigo que a una elección personal. No hay visitas oficiales. Tampoco señales claras de una reconciliación con la Casa Real. Felipe VI mantiene el contacto mínimo, siempre a través de su hermana Elena, que actúa como enlace y vigila de cerca la salud de su padre.
El problema es que las últimas noticias que transmite la infanta no son buenas. Juan Carlos ya no consigue andar por sí mismo. Las pruebas médicas confirman que el deterioro es progresivo y que los próximos meses serán decisivos. En Zarzuela preocupa tanto el estado físico como el impacto público de esta imagen de vulnerabilidad extrema.
Quienes le rodean hablan de un hombre que ha perdido la energía y, en parte, también el ánimo. Acepta a regañadientes la silla de ruedas, evita mostrarse débil en público, pero cada vez le cuesta más ocultar la realidad. La fragilidad ha sustituido al liderazgo que un día representó.
Hoy, el rey que marcó la Transición española se enfrenta a su mayor desafío: la dependencia absoluta. Sin poder, sin familia a su lado de manera permanente y con un cuerpo que le pasa factura, Juan Carlos I vive los días más duros de los últimos años. Y en su entorno reconocen lo evidente: el tiempo ya juega en su contra.