La infanta Elena a veces desaparece temporalmente del foco público, sin declaraciones, sin apariciones, sin ruido. Quienes siguen de cerca a la familia Borbón saben que estos silencios prolongados no son casuales: suelen esconder momentos de tensión, decisiones personales delicadas o crisis que no desean trascender. Y es que, aun habiendo vivido en el seno de la monarquía, no ha tenido una vida fácil. Llevar el peso de ser hija y hermana de reyes no es sencillo.
A pesar de su carácter reservado, Elena ha sido, durante años, uno de los miembros más imprevisibles de la familia real. Ni las obligaciones institucionales ni el protocolo que impone la Corona han logrado cambiar su forma de ser: desenfadada, a veces inestable, siempre auténtica. Su vida, marcada por contener el primer divorcio en la familia real, dos hijos polémicos y un lugar incierto dentro de la Casa Real, ha estado salpicada por etapas de inestabilidad emocional, que ha tenido que gestionar con distancia y silencio. Y en estos procesos le han ido de maravilla aislamientos voluntarios.

La infanta Elena no encuentra paz emocional en Madrid
En los últimos tiempos, su entorno más íntimo había notado un cambio. Se habla de cansancio, de un estado de ánimo apagado, de cierta desconexión emocional. Algunos atribuyen esta recaída al ‘exilio’ de Juan Carlos I, su adorado padre, a Abu Dabi. Pero también al comportamiento mediático de su hijo Froilán, cuyo comportamiento a lo largo de los años no ha ayudado a calmar los nervios de su madre. Todo lo contrario. Él y su hermana, Victoria Federica, son los nietos más polémicos de Juan Carlos y Sofía.
En estas ocasiones en las que nota el bajón, la infanta opta por una solución que le es familiar: retirarse temporalmente para recuperar el equilibrio. Lo suele hacer en la exclusiva clínica Buchinger Wilhelmi, en Marbella, un centro especializado en bienestar integral, al que acuden con discreción rostros conocidos de la aristocracia y el espectáculo.

Retiros voluntarios
La Buchinger no es un balneario cualquiera. Es un templo del ayuno terapéutico, donde durante dos semanas los pacientes siguen un programa que reduce su ingesta a zumos, caldos e infusiones, bajo estricta supervisión médica. El objetivo: detox físico y emocional. Los precios, como cabe esperar, van de los 5.000 a los 30.000 euros, dependiendo de los servicios personalizados, el tipo de habitación y los tratamientos complementarios.
La infanta Elena es una cliente habitual, aunque siempre bajo estricta confidencialidad. Cada año reserva unos días para recargar fuerzas y, según fuentes cercanas, también para encontrar algo de paz interior. En una vida marcada por el peso de la monarquía, la exposición mediática y las cargas familiares, estos retiros son una necesidad emocional.