La visita de los reyes Felipe VI y Letizia a Galicia, tras los devastadores incendios que arrasaron varias comarcas, no ha pasado desapercibida. Su visita ha generado una gran expectación pero en gran parte por ver el retorno de los monarcas a su agenda y su claro distanciamiento que ya no desean ocultar más. Aunque los medios de comunicación están presentes, Letizia y Felipe evitan regalarse algunos gestos de amor. Una situación bochornosa donde todos presenciaron ese silencio, frialdad y miradas esquivas que alimentan los rumores de crisis matrimonial. Una aparición fría.

Letizia acudió con gesto malhumorado, visiblemente molesta por haber interrumpido sus vacaciones privadas para cumplir con la obligación institucional. Felipe, en cambio, intentaba mantener la compostura, pero las cámaras fueron implacables: no hubo complicidad, ni un gesto de apoyo, ni siquiera el más mínimo cruce de miradas entre ambos. La distancia física se tradujo en distancia emocional. Cada uno parecía ir por su lado, como dos figuras obligadas a compartir escenario sin querer hacerlo.
Esta frialdad no es nueva. Desde hace años se habla de la relación meramente institucional que une a la pareja. Habrían seguido los pasos de Juan Carlos I y la reina Sofía y serían un matrimonio de conveniencia. Felipe y Letizia comparten trono, pero no vida. El rey se refugia en sus deberes, en su papel de jefe de Estado y en su círculo más íntimo, mientras que la reina encuentra en su agenda paralela y en sus hijas el refugio necesario para sobrellevar una convivencia cada vez más inexistente.
Felipe VI y Letizia navegan en direcciones opuestas y perjudican a la corona
En Galicia, el contraste fue aún más evidente. Mientras los vecinos afectados por la tragedia esperaban empatía y cercanía, se toparon con una pareja incapaz de transmitir unidad. Letizia se centraba en sus conversaciones individuales con afectados y autoridades, evitando en todo momento cruzar palabra con su esposo. Felipe, serio y distante, parecía consciente de la tensión, aunque no supo disimularla.
El resultado fue un espectáculo incómodo: dos monarcas que, en lugar de representar fortaleza y armonía en tiempos de crisis, exhibieron la grieta más íntima de su matrimonio. La sensación fue clara: Felipe y Letizia solo permanecen juntos por la Corona, aferrados a la obligación y no al afecto. “No se miran a la cara”, decían algunos presentes.
En palacio se habla de que la situación es insostenible. Lo ocurrido en Galicia no fue un accidente, sino el reflejo público de lo que ya es un secreto a voces: el matrimonio real está roto, y ni el protocolo puede disimularlo.
