El Día de la Hispanidad debía ser una jornada de orgullo y unidad para la Casa Real, pero empezó con nervios y tensión en Zarzuela. Desde las cinco de la madrugada, cuando los preparativos se pusieron en marcha, algo no iba bien. La reina Letizia, exigente y meticulosa como siempre, supervisaba cada detalle: maquillaje, peinado, vestuario. La princesa Leonor, en cambio, no estaba dispuesta a dejarse mandar tan fácilmente.
El origen del conflicto fue, una vez más, la ropa. Después del desfile militar, Leonor hace acto de presencia en la recepción oficial más íntima en el Palacio Real, un momento clave frente a cientos de invitados. Letizia insistía en que su hija llevara un atuendo sobrio, con un corte clásico y colores neutros. Leonor, que cumplirá 20 años este mes de octubre, quería algo distinto. Más juvenil. Más suyo. La discusión, según fuentes próximas, se encendió rápido.

Saltan chispas entre la reina Letizia y la princesa Leonor
La reina, como siempre, recuperó la compostura antes de salir ante las cámaras. Leonor también. Pero la tensión se notó. En el Paseo de la Castellana, durante el acto central del Día de la Hispanidad, madre e hija compartieron palco, gestos medidos y sonrisas contenidas. A simple vista, todo parecía normal. Sin embargo, quienes observaban de cerca percibieron una frialdad evidente.
En su papel de heredera, Leonor cumple con rigor. Se mostró correcta, atenta, comprometida con su papel institucional. Pero su carácter, cada vez más definido, choca con el control férreo de Letizia, que no está dispuesta a perder el mando en los aspectos públicos de la familia. Lo que antes era obediencia, ahora es resistencia.

Tensión en el palco del Paseo de la Castellana
La jornada siguió su curso. Desfile, saludos, recepción. Y aunque la Casa Real quiso proyectar normalidad, el malestar fue imposible de disimular del todo. Letizia y Leonor apenas intercambiaron palabras en público. La distancia emocional entre ambas, visible en gestos y miradas, no pasó inadvertida para algunos invitados.
Detrás de la perfección protocolaria, el Palacio de Zarzuela vive una transición interna. La princesa quiere autonomía. La reina, mantener el control. Dos formas de entender el deber y la imagen. Dos generaciones enfrentadas.
El resultado fue un Día de la Hispanidad impecable hacia fuera, pero roto por dentro. Un día que debía ser símbolo de armonía y que terminó convertido en el reflejo de una relación cada vez más tensa entre madre e hija.