La vida de Meghan Markle parece estar marcada por dramas en cadena. Su salida de la Casa Real en 2020, rodeada de fuertes acusaciones de racismo y malos tratos por parte de los Windsor, supuso un antes y un después en su historia personal y pública. Dos años más tarde, la muerte de la reina Isabel II sacudió no solo a la institución monárquica británica, sino al mundo entero, asumiendo a la familia real en un duelo profundo.
Sin embargo, lo que siguió fue aún más desgarrador para Meghan: pasó 17 días sin ver y abrazar a Archie y Lilibet, sus pequeños, a quienes dejó en California mientras ella y el príncipe Harry se quedaban en Londres para cumplir con las ceremonias fúnebres de la monarca. La duquesa lo confesó recientemente en su programa With Love, Meghan donde habló con el diseñador Tan France sobre lo insoportable que puede resultar la distancia cuando se trata de los hijos. Meghan, con un tono cargado de emoción, describió esa separación como uno de los momentos más oscuros de su maternidad.
Meghan Markle y el dolor de estar lejos de Archie y Lilibet
Lo que comenzó como un viaje de trabajo para los duques de Sussex se convirtió en un calvario. Meghan y Harry habían llegado al Reino Unido el 3 de septiembre de 2022 para cumplir con compromisos benéficos, pero el 8 de septiembre de 2022 el destino les cambió los planes: la monarca británica falleció justo cuando ellos estaban listos para asistir a los ‘WellChild Awards’ en Londres.
A partir de ese instante, el tiempo se detuvo para ellos. El protocolo real los obligó a permanecer en Inglaterra hasta después del funeral de Estado el 19 de septiembre, lo que significó estar lejos de sus hijos durante casi tres semanas. Una eternidad para cualquier padre, pero más aún para una madre como Meghan, que ha hecho de la maternidad el eje de su vida pública y privada.
El lado más humano de la duquesa de Sussex
En la conversación con Tan France, Meghan reconoció que sentía el corazón roto por no poder abrazar a Archie y Lilibet. Aunque nunca mencionó directamente que la causa de esa separación fue el fallecimiento de Isabel II, las fechas encajan con precisión. “El tiempo máximo que pasé sin ellos fueron casi tres semanas. Estaba… mal”, confesó entre suspiros. Harry, por su parte, ya había plasmado ese dolor en sus memorias Spare, donde describió aquellos días como una prueba insoportable. Según relató, al regresar a California, él y Meghan pasaron jornadas enteras sin soltar a sus pequeños, como si el miedo a perderlos nuevamente estuviera aún presente.
Más allá del drama, Meghan sorprendió al revelar detalles íntimos sobre la rutina matutina en casa con sus hijos. Entre sonrisas, habló de los desayunos de Archie y Lilibet, de los colores que prefieren y de cómo cada uno refleja personalidades completamente distintas. Archie, más curioso y enérgico, y Lilibet, con una ternura que conquista a todos, son los protagonistas absolutos de su día a día. Estas confesiones, aunque dulces y cotidianas, contrastan con la imagen fría y calculadora con la que muchos la han señalado. La duquesa insiste en mostrarse como una madre común que lucha con las mismas angustias que cualquier otra: el miedo a la distancia, la necesidad del contacto y el valor de los pequeños rituales familiares.