Bajo el lema "La comida no es basura", Cristina Romero, una madre de Girona, ha impulsado una campaña contra el desperdicio de comida en los comedores escolares. Cristina Romero observó, sorprendida, que en la escuela de sus hijos se tiraban muchos alimentos, porque la empresa proveedora suministraba las mismas raciones para los niños de 3 años que para los de 8 años. Más tarde constató que en otros centros el problema es similar. Por eso empezó una campaña en change.org, en la que pide que las escuelas garanticen que se pueda volver a servir la comida no consumida. Cristina Romero aspira a llegar a las 300.000 firmas. Por el momento ya tiene 223.297.

Un problema global

Romero considera escandaloso que se tire comida mientras hay familias que no tienen nada que llevarse a la boca y recuerda que según la FAO, la agencia para la agricultura y la alimentación de Naciones Unidas, un tercio de la comida producida en el mundo acaba desperdiciándose. En el caso de las escuelas con proveedores externos, no es posible reaprovechar la comida, ya que la Ley de Seguridad y Nutrición del 2011 lo impide. En cambio, sí que es posible hacerlo en las escuelas que tienen cocina propia. Estas no pueden reaprovechar la comida que queda en los platos o en la línea fría, pero sí que pueden amortizar lo que queda en las ollas. En este caso tendrían que congelar la comida durante un mínimo de 48 horas antes de servirla de nuevo. De hecho, ya hay escuelas que entregan las raciones sobrantes a entidades benéficas.

Propuestas

Romero tiene dos propuestas esenciales: por una parte pide que las escuelas y empresas proveedoras ajusten las raciones para evitar sobres masivas. Por otra parte, pide que la ley establezca un "plan de trazabilidad", que garantice que los alimentos sobrantes sean transferidos de forma correcta, sin romper la cadena de frío. No se trataría, pues, de rebajar las condiciones de seguridad, sino de modificar la normativa para evitar que comida en buenas condiciones se tenga que tirar. En realidad, ya hay algunas entidades, como Pont Solidari, que intentan poner de acuerdo empresas del sector alimentario (tiendas, comedores, restaurantes, empresas de catering...) con entidades sociales para garantizar el reaprovechamiento de la comida.

El debate

En 2012 un estudio de la Unión Europea apuntaba que cada año se tiraban 179 kg de alimentos por cada ciudadano comunitario; era un cálculo conservador, porque hay otros que elevan el desperdicio a 380 kg anuales. Según otras fechas, cada día se tiran 720.000 kg de comida en Catalunya, mientras un 22% de la población vive por debajo del umbral de la pobreza. Ahora bien, no hay mucho acuerdo sobre quién es el principal responsable de este despilfarro. Mientras muchas iniciativas consideran que las mayores pérdidas se generan en los hogares, y por lo tanto la clave de la resolución del problema la ponen en un cambio de hábitos de los ciudadanos, algunos analistas, como Jordi Gascón, autor de Banco de alimentos ¿Combatir el hambre cono las sobras? (Icaria, 2105) apuntan a que la mayor responsabilidad del despilfarro corresponde al mismo sistema productivo y creen que la solución no puede venir de modelos asistencialistas, sino de un cambio radical de los modelos económicos.