Ustedes habrán leído la noticia sobre los dos chiquillos de cinco años, un niño y una niña, que, aprovechando las idas y venidas de la hora de comer en su escuela, salieron para dirigirse hacia la casa del niño, en Valldoreix.

El escándalo ha sido mayúsculo, sobre todo porque la escuela Àngel Baixeras está situada en el barri Gótic de Barcelona, en la calle de Ataülf, muy lejos de Valldoreix. Todo el mundo se pregunta cómo dos chicos tan pequeños pudieron salir de la escuela y pudieron hacer un trayecto tan largo, que incluso les obligó a subirse a los Ferrocarrils de la Generalitat.

La aventura terminó bien y los dos niños fueron descubiertos en la estación vallesana y fueron devueltos a los padres. Así terminó la fuga de un niño y una niña que seguramente se aman. Según cuentan las crónicas que he leído, por lo que se ve los niños fueron cogidos de la mano todo el rato. Tranquilos y contentos, cuando la pareja de policías que les interceptó para preguntarles dónde iban, el niño respondió: "Vamos a jugar a mi casa, quiero enseñársela".

La historia es muy romántica pero no ha gustado ni a la madre de la niña, quien se ha apresurado a presentar una denuncia, ni al Consorci d'ensenyament del Ajuntament, que es el organismo del que depende esta escuela, que ya ha anunciado que abrirá un expediente. Algo pasará. O quizás no, porque es lo más habitual en casos como éste, cuando la acción de los niños no ha tenido más consecuencia que el susto de los responsables escolares. Los padres supieron lo que había ocurrido a toro pasado.

Que dos párvulos de una escuela que aplica el método Montessori, y por tanto la autosuficiencia de los chiquillos, decidieran actuar por libre no debería alterar tanto los ánimos

Que dos párvulos de una escuela que aplica el método Montessori, y por tanto la autosuficiencia de los chiquillos, decidieran actuar por libre no debería alterar tanto los ánimos. Y a quien menos debería afectarles es a sus padres. Servidor, quien de chico iba a una escuela bien normalita, cuando tenía la edad de estos niños iba de mi casa, que estaba situada en el tramo de la calle Aragó entre Rambla Catalunya y Balmes, al parque de la plaza Letamendi cogido de la mano de uno de mis hermanos, el que tenía un año más. Y cuando yo tenía 11 años empecé a andar solo al Instituto Ausiàs March, que estaba a tres cuartos de hora de mi casa, en la carretera de Esplugues, con el 7, que entonces subía por la Rambla Catalunya.

Mis padres no tenían miedo y confiaban en nosotros, sus cuatro hijos, porque, de entrada, nos exigían responsabilidad y nos dejaban margen para ejercerla. No aplicaban ningún método "moderno" en especial, porque nos castigaban y nos pegaban un bofetón sin contemplaciones cuando era necesario, pero no nos sobrepotegían. Lo que quiero decir es que si unos padres mandan a sus hijos desde Valldoreix al Gòtic barcelonés será por algo. Será porque aprecian la escuela, a los maestros y el método que se aplica en ella. Denunciarlos cuando pasa algo extraordinario aunque haya quedado demostrado que la educación elegida funciona, porque el método Montessori fomenta la autonomía personal y la autoregulación, es, simplemente, contradictorio. A esos padres les mueve el miedo y no la idea de libertad que parecía que deseaban para sus hijos. Antes de denunciar a alguien, deberían haber sido coherentes con la filosofía que dicen aceptar y propiciar el diálogo con la escuela para resolver conjuntamente el problema. Quizá el problema fue que en esa escuela trabajan pocos monitores para controlar a los niños y niñas en los momentos de gran movimiento? El miedo ciega y nos invita a ser injustos. Nos convierte en conservadores.

¿Porqué un chico que vive en Valldoreix puede ir a una escuela del centro de Barcelona cuando la norma lo impide?

Entretenidos con la historia de esa especie de Bonnie & Clyde infantiles, fugados por amor y perseguidos por la policía, nos hemos olvidado de preguntar por qué un chico que vive en Valldoreix puede ir a una escuela del centro de Barcelona cuando la norma lo impide. Estoy seguro de que la ilegalidad tiene su explicación, pero es justo preguntarse por qué siempre pasa lo mismo con las escuelas mejor valoradas. ¿Por qué unos pueden elegir y otros no? Está claro que la calidad de la escuela resulta determinante para que unos padres hagan lo imposible para no perder la plaza que su hijo ocupa a más de una hora de la casa que él quería mostrar a su amiga.

¿Quién no ha tenido un amor arrebatado cuando estaba en párvulos? Yo sí lo tuve. Se llamaba Glòria y todavía me acuerdo de ella. No la llevé nunca a casa porque vivíamos muy lejos uno del otro y nuestra escuela no era precisamente del centro de Barcelona. Entonces había pocos parvularios y no se regían por ninguna norma de vecindad. Así pues, quizá sean los padres de hoy en día, quienes trajinan a sus hijos arriba y abajo, los que deberían pensar si están haciéndolo bien. Quieren que sus hijos sean autónomos y cuando les demuestran de lo que son capaces, no les gusta lo que ven.