Si en algún momento llega la independencia a la tribu, habrá sido sin duda gracias a la tarea en favor de la liberación que nos ha regalado el Partit dels Socialistes de Catalunya, y me explicaré. Una de las muchas cosas que Jordi Pujol tuvo bien claras a lo largo de su presidencia es que el nacionalismo catalán nunca tenía que caer en la tentación de reformar el Estatut del 79. A través del arte de la puta y la ramoneta, el Molt Honorable 126 consiguió un poder casi ilimitado Catalunya adentro y la capacidad simultánea de forjar pactos con diferentes administraciones estatales. Pujol pensaba que un cambio estatutario, con mejor financiación o garantías culturales para los catalanes, era contraproducente por dos motivos: primero, porque desataría la represión que ahora conocemos del poder central y, segundo, porque establecer un mayor nivel de competencias le castraba el arte de quejarse y de sacar réditos.

Mientras Pujol prefirió mandar mucho y legislar poco (inoculando a los catalanes la sensación de que la Generalitat era mucho más poderosa que los ciudadanos del país), Pasqual Maragall quiso traducir la locura olímpica al encaje de Catalunya en España. Consciente de que sus amigos del PSOE eran federalistas de boquilla, Maragall intentó crear una asimetría española desde Catalunya, impulsando un texto que sabía problemático. El Molt Honorable 127 pensó que con la ayuda de Zapatero y de la mayoría progresista del Congreso tendría suficiente para impulsar el texto original del Estatut del 2006, un corpus legal que ahora (curiosamente) reivindican como recuperable incluso los popes del PSOE que tuvieron un especial interés en destruirlo. Poco esperaba Maragall que, ante este progreso incuestionable del autogobierno, la derecha española se encabronaría.

El PSC de Montilla fue fundamental para que los catalanes se dieran cuenta de que la reforma legal de España impulsada desde el Parlament era una de tantas quimeras con las que se podía perder tiempo

Y así fue. No hace falta recordar la recogida de firmas contra el Estatut impulsada, entre otros, por Josep Piqué, Vidal-Quadras, Sánchez-Camacho y compañía (un texto legal que, dicho sea de paso también contaba con enmiendas del PSC), así como su instrumentalización como excusa para que el Tribunal Constitucional se convirtiera en un órgano político. Pero sí que hace falta recordar que el intento fallido de Maragall no sólo impulsó que los suyos lo acabaran aniquilando, dando paso tiempo después a la que a buen seguro debe ser la presidencia más gris que ha tenido este país, y generando también el primer gran auge del independentismo. El PSC de Montilla, y la inestabilidad del Tripartito rigiendo un Estatut decapitado, fue fundamental para que los catalanes se dieran cuenta de que la reforma legal de España impulsada desde el Parlament era una de tantas quimeras con las que se podía perder tiempo.

Sin aquel PSC de Maragall y Montilla, no estaríamos donde estamos. Por curiosidades de la historia, el mismo partido que intentó aumentar el autogobierno catalán a través de un nuevo Estatut ahora se encuentra en la tesitura de tener que aprobar una suspensión de la autonomía, el famoso artículo 155 que, bajo la excusa de salvar las aparentes ganancias del 2006, podrá llegar a estropear todo lo bueno que había comportado el pujolismo: básicamente, educación, medios de comunicación y policía. Entiendo la preocupación de muchos alcaldes del PSC a quienes, lógicamente, los vecinos deben ponerles una cara de perro difícilmente superable cuando los asocian a la suspensión autonómica. Pero no seáis duros con ellos, queridos conciudadanos. Sin los socialistas, ahora todavía estaríamos mucho peor. Ellos nos han ayudado, y hace falta que la historia se lo agradezca de todo corazón. Pasqual, Montilla: de todo corazón, gracias.