Cuando se acusa a Ada Colau y Xavier Domènech de tibiez o de ambigüedad con el referéndum se comete un error de base sobre el fondo y el carácter autodeterminativo del 1-O. De hace tiempo, Colau y Domènech ya se han inclinado claramente, Pablemos y cajitas mediante, por una votación pactada, lo cual implicaría que el plebiscito sobre la independencia pasara ineludiblemente por una votación en el Congreso. Porque aquí de lo que se trata, si nos dejamos de historias, es de un choque de legitimidades parlamentarias: o se afirma el principio de autodeterminación alimentado por la cámara catalana o, al contrario, se continúa con la subsidiariedad del Parlament a las cortes del reino. Cuando Colau y Domènech piden garantías al Govern de la Generalitat, en el fondo les da totalmente igual si habrá urnas, papeletas y colegios al alcance de todo el mundo: lo que buscan es la garantía de un pacto subordinado a España.

En este sentido, el universo de els comuns ya ha hecho una elección nada obtusa de comprender. Para Colau, Domènech y los suyos, el referéndum del 1-O sólo será válido si su resultado lleva estampada la firma de Felipe VI. Por este motivo, Colau puede declararse partidaria de ir a votar y, en caso de que la presionen mucho sus propios electores, incluso podría pedir sin complejos que se inunde las urnas de votos, pero la hiperalcaldesa siempre acabará exigiendo la garantía del sello español a todo aquello que tú y yo votamos, con el fin de hacerlo válido. En este sentido, Colau está realizando un cálculo de ambigüedad prototípico de la escuela CiU-PSC: intenta no ser tildada de poco demócrata, y por eso acaricia las urnas, pero niega el resultado porque autodeterminarse le parece excesivo. Tú y yo podemos votar y movilizarnos, en definitiva, pero la garantía se escribe con E de España.

En este sentido, a els comuns no se les tiene que acusar de ambigüedad, ellos ya han hecho la elección: la soberanía catalana reside en el pueblo español

El cálculo de Colau no es desacertado: en caso de fracasar el procés, la hiperalcaldesa de la capital, aparte de salir escogida de nuevo en las municipales, podría abanderar un centro político casi-post-federalista que apostara por la revolución del ir haciendo. Fracasado el intento de ir de cara a barraca, Ada podría presentarse como la voz del seny dentro del progresismo catalán (como un Duran i Lleida de los pobres, para entendernos), con lo cual ya le vendría la mar de bien librarse de Oriol Junqueras, actual rey del centroizquierda de la tribu: si el actual vicepresident se desgasta solo o si lo inhabilitan los españoles, a la hiperalcaldesa le da igual, porque el resultado será más campo político para recorrer. De no aplicarse el resultado del 1-O por parte del Govern, Colau hará de catalana de toda la vida para entonar una de las frases preferidas del juicio tribal: ¿lo veis, como teníais demasiada prisa?

En este sentido, a els comuns no se les tiene que acusar de ambigüedad. Ellos, insisto, ya han hecho la elección: la soberanía catalana reside en el pueblo español, representado en el Congreso. Els comuns, por lo tanto, son aquello que –de toda la vida– hemos llamado españoles, lo cual es una condición maravillosa y que respetamos con sonrisa oceánica, como no podría ser de otra manera. Hace tiempo, concretamente la misma noche de las elecciones municipales que ganó Colau, hice un tuit múltiplemente publicitado que rezaba: "Barcelona no puede tener una alcaldesa española". La gente me llamó racista, nazi, entre muchos otros piropos que ya os podéis imaginar. Supongo que, a estas alturas, ya captáis el sentido de la frase. Española. Continuamos.