¿Cómo puede el hombre lograr la felicidad y la virtud? —se preguntaba Platón. Debemos ir con cuidado con eso de la felicidad, pero dado que la pregunta la formuló un gran clásico, mantengámosla. Afirmaba Platón que en cuanto que la vida humana tiene lugar necesariamente en sociedad, los hombres y mujeres solo podrán ser felices y virtuosos dentro de un Estado justo, armonioso y bien gobernado. La existencia de un Estado así depende, seguía diciendo Platón, de la elección de sus gobernantes. Por lo tanto, solo si los que dirigen el destino de la sociedad son personas virtuosas y sabias —habría podido decir valientes— será posible conseguir una sociedad justa y feliz.

Dice el economista y premio Nobel 2014 Jean Tirole que “si los políticos son valientes, lo más probable es que pierdan su trabajo”. La valentía, qué gran dilema que tiene que plantearse todo el mundo en un momento u otro de la vida. Es la andreia, la virtud que los clásicos griegos relacionaron con el alma irascible, el lugar de las emociones y los sentimientos nobles, opuesta al orgullo temerario (hybris, por seguir con las palabras en griego) de aquellos líderes que intentan abrazar más de lo que pueden asumir. Simular ser dios no lleva a ninguna parte sino a la derrota. Siempre hay que tener presente aquel “recuerda que tienes que morir” dirigido a los generales romanos victoriosos para bajarles los humos.

Dice el economista y premio Nobel 2014 Jean Tirole que “si los políticos son valientes, lo más probable es que pierdan su trabajo”

Ser valiente no pega mucho con los ejercicios hipnóticos que acostumbran a recomendar los asesores a los políticos, a pesar de que ha quedado demostrado que es posible llegar a la manipulación. Esta semana se ha estrenado en Docs Barcelona el documental Clase valiente, dirigido por Víctor Alonso Berbel y producido por Compacto. El guión del documental es del propio Alonso y de otros dos jóvenes: Jan Matheu y Borja Barrera.

El documental pone de manifiesto la capacidad de manipulación de los documentalistas, que inician una cruzada para poner de “moda” un concepto neutro, “clase valiente”, como sustituto de “clase obrera”. Lo mejor de este documental es la clase magistral de Íñigo Errejón sobre los esfuerzos de Podemos por formatear el imaginario de la izquierda tradicional y transformarlo en populismo.

Es evidente que Errejón es un maestro del lenguaje y sabe dar sentido a la realidad a través de palabras (y conceptos) que persiguen alterar el sentido neutro que tienen entre el común de la gente. Según Errejón, hay que abandonar el lenguaje tradicional de las izquierdas para adoptar ese lenguaje neutro, que parece extraído de las teleseries británicas tipo Upstairs, Downstairs o Downton Abbey, para abandonar, por ejemplo, la tradicional oposición entre “derecha e izquierda”.

La valentía, cuando no es real, tiene que parecerlo, viene a decir Errejón, ese ángel caído de un Podemos que solo quiere gente, como asegura la activista italocatalana Simona Levi, “que les ría las gracias, no que les lleven la contraria”. Esta podría ser la gran trampa del frame o del famoso relato que da coherencia a los actos, sean sinceros o no. Al final siempre acaba saliendo a relucir la verdad, lo que somos en realidad. Cuando los resultados electorales de Podemos no han cubierto las expectativas, la ortodoxia ha vuelto en forma de estalinismo puro y duro.

Es evidente que Errejón es un maestro del lenguaje y sabe dar sentido a la realidad a través de palabras (y conceptos) que persiguen alterar el sentido neutro que tienen entre el común de la gente

Conozco a unos cuantos católicos, gente que en muchos aspectos de la vida se considera de izquierdas, que están en contra de denominar “matrimonio” a las uniones homosexuales. ¿Por qué? Pues precisamente porque piensan que es una apropiación indebida de una palabra que para ellos solo tiene sentido en un contexto religioso. La discusión de fondo, por tanto, debería ser entre laicismo y religiosidad y sobre los límites de la religión, a pesar de actuar en el espacio público, como grupo de interés que condiciona el “verbo” de la administración. ¿Hasta qué punto en un estado laico tenemos que aceptar que el “matrimonio” es un “sacramento de algunas confesiones cristianas por el cual se unen un hombre y una mujer de acuerdo con las prescripciones de su iglesia”? Hoy en día todo el mundo cree que el matrimonio es, según la definición de los diccionarios, una “unión legítima entre dos personas que se comprometen a llevar una vida en común, establecida mediante ciertos ritos o formalidades legales”.

En el documental Clase valiente, el famoso neurolingüista George Lakoff explica que una vez la comunidad gay californiana le pidió consejo sobre cómo tenían que actuar para defender los derechos de los homosexuales. Les dijo que se equivocaban. Para él, la única manera de avanzar no era reclamar la modificación de esa o aquella ley, sino hablarle a la gente del amor. Del amor entre dos personas que forman una pareja homosexual. Este tenía que ser el “marco mental” (el frame, en inglés) que deberían imponer. La yaya Rosario querrá igual a su nieto/nieta homosexual por encima de sus creencias religiosas.

Platón estaba convencido de que “los males del género humano no se acabarían hasta que los auténticos y verdaderos filósofos ocupasen los cargos políticos”

Ahora no hacen falta ni filósofos, ni neurolingüistas, ni spin doctors. Los jóvenes documentalistas de Clase valiente nos han demostrado con su experimento cinematográfico hasta qué punto se puede manipular todo y a todo el mundo. Lakoff, sin embargo, me pareció el anti-Errejón, porque dejó claro a quien quiso oírlo que lo importante no es el lenguaje sino la sustancia de lo a la larga llegará a tener un nombre. Sin chicha ni limoná hay, para formularlo popularmente.

Platón estaba convencido de que “los males del género humano no se acabarían hasta que los auténticos y verdaderos filósofos ocupasen los cargos políticos”. No hace falta llegar tan lejos, bastante trabajo tienen ya los filósofos. Solo haría falta pedir una “clase valiente” de verdad, reformista a fuer de progresista, que sepa planificar el futuro sin menospreciar el presente. No podemos celebrar primero el referéndum y después ponernos a hablar de la República. Tenemos que debatir sobre cómo será la vida futura para convencer a la gente que no está convencida. Cada grupo que intente convencer a los suyos, ¿eh?, porque la República Catalana solo puede basarse en el pluralismo.

Los reformistas de verdad son los que saben tomar decisiones valientes. Si lo que se quiere lograr en Catalunya es una pequeña revolución y no una simple romería, habrá que ayudar al Govern y a los partidos para que se conviertan en “clase valiente” y no en un mero eufemismo lingüístico, que es lo que propio de los populistas de izquierda cuando quieren tapar el fracaso político de las viejas ideologías.